Desautorizado por la Moncloa, vilipendiado por la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, que menos ignorante le ha dicho de todo, y aguijoneado por la ministra de Defensa, Margarita Robles, el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, parece estar encajando con un sacrificio casi franciscano la primera crisis de gobierno en el ejecutivo de Pedro Sánchez. Iglesias ha agachado aparentemente la cabeza sin presentar batalla después de la enorme trifulca pública sobre la suspensión de la reforma laboral del PP y el abrazo público entre PSOE, Podemos y Bildu. Claramente demasiado para un Madrid que cuando mira a los abertzales vascos en el Congreso de los Diputados tienden a ver a ETA, de la misma manera que al hablar de los independentistas catalanes estos acaban siendo, en un momento u otro de la conversación, los terroristas.

Iglesias calla en medio del alboroto originado mientras el Madrid que tiene rango de poder en la sombra exige su cabeza. No ya que rectifique, sino su cabeza. El diario El País encarna la primera línea de ataque del deep state y tiempo atrás, cuando el papel marcaba la agenda y concentraba un poder del que hoy carece, el vicepresidente hubiera estado sentenciado. Eran aquellos años en que Polanco y Cebrián hacían y deshacían con Felipe González en la otra acera. Hoy, por no saber, nadie sabe quien es el sustituto de Polanco y su influencia ha desaparecido. Por ello, quizás, hay que ser más prudente a la hora de pedir dimisiones o elecciones, sino quieres que el arroz se acabe pasando, que es lo que le ha sucedido a La Vanguardia, que hace meses que ya emprendió este camino sin éxito alguno.

Mientras Iglesias hace de Hamlet y piensa su próxima jugada, el PP no se sabe muy bien a qué juega, Vox se frota las manos, Sánchez ya ha salido de caza en busca de los 178 votos necesarios para la sexta próroga del estado de alarma y que tendría que votarse el próximo 3 de junio. Soy incapaz de ver quién le puede acabar votando más allá de Arrimadas, que necesita oxígeno como sea. Pero en los próixmos días, seguro que acabamos viendo, de nuevo, un paseíllo de formaciones políticas con rumbo a la Moncloa. Por higiene democrática la tercera hubiera tenido que ser la última que saliera adelante y por defensa de la España autonómica quizás la primera, para que tuviera quince días para retornar a la legislación ordinaria.

Habrá que empezar a pensar que la nueva normalidad que tanto predica Sánchez quizás no sea otra cosa que impedir al precio que sea la normalidad. No sea el caso que el peaje que se tenga que pagar por los errores sea demasiado alto.