Acaba de poner el grito en el cielo el president de la Generalitat destituido, Quim Torra, por el hecho de que el gobierno español haya desplazado casi la mitad del ejecutivo a la ciudad portuguesa de Guarda para la celebración de una cumbre hispano-portuguesa menos de 24 horas después de que haya decretado el estado de alarma en la ciudad de Madrid y una docena de municipios de la comunidad. Un estado de alarma que, no está de más señalar, restringe la movilidad para mirar de revertir la curva de positivos por el coronavirus, el aumento del riesgo de rebrote y el de contagio. Pues bien, en dos helicópteros han viajado el presidente, los cuatro vicepresidentes y seis ministros pasándose por el forro las normas que ellos mismos han publicado en el BOE cuando la cumbre se podía hacer perfectamente por videoconferencia y predicar con el ejemplo después del conflicto que han tenido con la comunidad de Madrid.

Es cierto que el BOE establece unas excepciones como las de movilidad para acudir al puesto de trabajo pero estaría bien en aras a la responsabilidad ser mucho más estrictos ya que no se puede exigir a los ciudadanos un comportamiento ejemplar si después sus representantes públicos hacen lo que les da la gana. Otro ejemplo que dista mucho del decoro necesario es el vuelo que cogió la ministra de Educación, Isabel Celaá, en la noche del viernes, para desplazarse desde Madrid a Bilbao, su ciudad de residencia. Varios pasajeros en el mismo vuelo difundieron las imágenes, con el consiguiente revuelo y el ministerio se apresuró a señalar que se había desplazado por motivos médicos. También que el avión había aterrizado una hora antes de que entrara en vigor la declaración del estado de alarma. ¿No hubiera sido más fácil quedarse en Madrid como debieron hacer miles y miles de ciudadanos ante el puente del Pilar?

El último caso de estas horas es la visita que hicieron el viernes por la mañana Felipe VI y Pedro Sánchez a Barcelona. Aunque la visita fue tan fugaz que dejó muy pocas cosas a resaltar, si no es la enorme protesta que recibieron en una estación de França literalmente encapsulada por los servicios de seguridad para alejar lo máximo posible las protestas convocadas al término del acto, departieron como si tal cosa con los asistentes vulnerándose claramente la distancia social y el número máximo de grupos de seis personas. Hubo un vídeo que publicamos pero, por lo que parece, las normas no son para todos.

No es extraño que regularmente salgan informes que cuestionen el rigor del estado español contra la pandemia. El último, el de la revista internacional de ámbito científico The Lancet cuestionando la falta de trasparencia de los registros españoles sobre los datos de la Covid-19. Pero no hay nada a hacer. España sigue siendo diferente.