Se ponga como se ponga Josep Maria Bartomeu, la etapa de su presidencia en el Fútbol Club Barcelona ha tocado a su fin. Quizás rascará unos meses, para intentar maquillar las cuentas ya que los números no salen, pero ya no hay duda de que el desastre frente al Bayern de Munich le va a impedir completar el próximo ejercicio. Ni los que sufrimos lo indecible en el Sánchez Pizjuán de Sevilla en 1986 viendo como se escapaba inexplicablemente aquella Copa de Europa, ni los que recordaremos siempre la cara de lerdos en el Olympic Stadium de Atenas tras el baño del Milán de Capello en 1994 en otra final perdida, podíamos imaginar una noche tan trágica como la de este viernes en el Estádio da Luz de Lisboa.

El Barça ha caído en picado pero no de una forma abrupta, casi podríamos decir que lo ha hecho a cámara lenta, año a año, y ya se encuentra en el fondo de las tinieblas. Estábamos advertidos por Guardiola que cuando abandonó el Barça en 2012 lo hizo porque no quería ser responsable de este final, por Xavi Hernández y Carles Puyol, que este curso rechazaron ser entrenador y director deportivo, respectivamente.

¿Cómo no iban a saber Xavi y Puyol que este Barça ya no daba para más? Todos sabíamos que íbamos a Lisboa directamente al matadero por más mentiras que la prensa que ha tapado durante estos años todas las miserias haya ido contando y se esté ahora lavando las manos. No hay que olvidar que la caída de Bartomeu arrastra a los que han patrimonializado esta última etapa negra, desde la junta directiva, los despachos que siempre medran y los confesores y padrinos siempre vigilantes. También arrastra a los que ya se postulaban abiertamente continuistas. Necesitarán urgentemente un cambio de guion y aparentar que no conocen a sus avalistas.

Porque lo sucedido no es fruto de la casualidad, ni de una mala decisión, ni del VAR, ni de la mala suerte, ni del coronavirus y el parón de la temporada, ni de las lesiones y mucho menos de que los jugadores tuvieran un mal día. La junta de Bartomeu ha puesto mucho esmero durante los últimos años en desnaturalizar el equipo, hacer luz de gas a la cantera, malgastar el dinero en fichajes inexplicables, contratar a un entrenador que aún no sabe cómo cambió en enero las vacas de su pueblo en Cantabria con el verde césped del Camp Nou, conceder a muchos de los jugadores top y a algunas vacas sagradas un status que no se merecían, mirar de silenciar las críticas al precio que sea y con listas negras de periodistas, contratar a una empresa (I3 Ventures) para desprestigiar jugadores y adversarios y así podríamos seguir y seguir.

Solo el cierre del Camp Nou por el Covid-19 le ha permitido a Bartomeu sortear las protestas de estos meses ya que el clamor del estadio por su gestión habría precipitado lo que ahora ya es inevitable. Lo mismo se puede decir de iniciativas como una moción de censura, más justificada que nunca, pero prácticamente inviable con el estadio cerrado a los socios. El Barça ha llegado al final de un ciclo y lo ha hecho de la peor manera posible: sin dinero, sin modelo y sin plantilla. Bienvenidos a la campaña electoral.