La expresidenta del Parlament Carme Forcadell, condenada a 11 años y medio de prisión por sedición al considerar el tribunal sentenciador que tuvo un papel decisivo en la creación de una legalidad paralela durante el otoño de 2017, reapareció este viernes por sorpresa en la Cámara legislativa catalana con motivo de una declaración conjunta de los presidentes vivos de la institución por la celebración del 40 aniversario del Parlament. Forcadell, resiliente a la injusticia y firme defensora de lo que hizo, aprovechó su discurso para recordar que el Parlament "es la institución de la palabra libre, de la voz plural del país y del diálogo político sin límites" y defendió la libertad de expresión con palabras nada triviales: "un tesoro inmenso que hemos de preservar siempre".

Fue un retorno emotivo, entre aplausos de varias decenas de diputados que la esperaron en la planta del salón de plenos, justo al final de la escalinata del primer piso. ¿Como no podía ser emotivo el reencuentro de Forcadell con muchos de sus compañeros parlamentarios que le han acompañado estos dos años y medio en la gran injusticia que se cometió con su sentencia? El Tribunal Supremo, como después se ha visto con la evolución judicial que también han sufrido los miembros de la Mesa, se ensañó con la presidenta del Parlament con la mirada puesta en su época pretérita como presidenta de la ANC, entidad que también presidió y que jugó un papel activo en las reivindicaciones soberanistas.

Si la condena por los hechos del otoño del 2017 fue injusta desde el primero al último de los acusados, en el caso de Forcadell fue doblemente injusta ya que no formaba parte del ejecutivo catalán. Pero el escarmiento tiene estas cosas: que no hace distinciones y que lo importante es extender el máximo posible de miedo entre el mayor número de personas. Por eso es bueno que Forcadell regrese al Parlament, pronuncie unas palabras muy poco diferentes a las que acostumbraba a utilizar cuando lo presidía y reivindique el derecho a hablar de todo en la Cámara legislativa.

Es una señal de que la sentencia, injusta y dolorosa, no ha hecho la mella que los sentenciadores esperaban. Con ello gana la democracia, aunque por en medio haya el dolor de años de prisión y de exilio que aprovechan algunos enérgumenos con su pluma indecente para desvariar sabiendo que les acabará saliendo gratis. Porque ellos, cuando caen, siempre es entre algodones.