Por más que la prensa escrita de Madrid lo haya tratado de ocultar y alguna de Catalunya haya puesto la mayor sordina posible, es poco discutible -solo hace falta una mirada a la prensa europea y a las agencias de noticias francesa, inglesa o estadounidense- que la manifestación de la Diada fue un éxito. Con la pandemia de baja pero con el miedo de mucha gente a salir a la calle a manifestarse, el independentismo demostró músculo de convocatoria y protagonizó la concentración más multitudinaria desde que en marzo de 2020 cambió el paradigma por el Covid-19. La pregunta es cómo canalizar acertadamente una ciudadanía que reclama a los políticos "no afluixeu", pide unidad a los partidos, rebosa un cierto hartazgo cuando se practica una política de mirada corta y se siente engañada en ausencia de una hoja de ruta.

No es fácil encontrar el punto óptimo de gestión de todos estos sentimientos e iniciativas, pero el independentismo vuelve a tener buenas cartas para no equivocarse y hacer creíble su triple compromiso: amnistía, referéndum y autodeterminación. Todo ello, justo en una semana que va a estar marcada por la pomposamente llamada de manera oficial "mesa de dialogo, negociación y acuerdo" y en la que, por cierto, no sabemos aún oficialmente si asistirá el presidente Pedro Sánchez, que juega deliberadamente la carta de su presencia cuando tendría poco sentido sentarse a hablar sobre el conflicto entre Catalunya y España en su ausencia. Eso Sánchez lo sabe pero habida cuenta del escaso interés que tiene por la mesa debe de querer que su sola asistencia tenga ya un valor político en sí misma.

El punto de partida de la mesa de diálogo es la declaración de Pedralbes, acordada entre Pedro Sánchez y el president Quim Torra el 20 de diciembre de 2018 y de la que el gobierno español ha huido como gato escaldado durante casi tres años aunque el compromiso eran reuniones mensuales. En aquel documento, el ejecutivo de Sánchez reconocía la existencia de un conflicto político sobre el futuro de Catalunya, se comprometía a avanzar en una respuesta democrática a las demandas de la ciudadanía de Catalunya, en un marco de seguridad jurídica (se esquivaba hablar de la Constitución) y se obligaba a una apuesta por un diálogo efectivo que vehicule una propuesta política que cuente con un amplio apoyo en la sociedad catalana.

Firmaron el papel, se levantaron de la mesa, echaron la culpa al independentismo catalán de que no hubiera una nueva convocatoria y así hasta esta semana. Después de casi tres años cabe esperar que el gobierno español -ya que es el mismo de aquella anterior reunión con los lógicos cambios de ministros- habrá sido capaz de preparar una propuesta seria y a la altura del conflicto político que contrarreste la de amnistía, referéndum y autodeterminación. Tiempo ha habido de sobras, pero me temo que voluntad, que es lo realmente importante, ninguna.