La detención del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, ha sido una noticia pero no una sorpresa. Desde hacía meses todo el mundo especulaba con el arresto de quien ha sido uno de los personajes más importantes y turbios del futbol, y por extensión del deporte, español e internacional.  Implicado en varios casos de corrupción, el hombre que lo ha sido todo en el mundo del fútbol durante tres décadas y que ha hecho y desecho a su antojo pasará hasta el jueves en que prestará declaración, al menos, un par de noches en los calabozos. Después veremos qué acaba decidiendo el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz y cuál es su situación procesal.

En todo caso, no dejan de ser llamativas dos cosas: el silencio deportivo y el silencio político. En el primer caso, se traduce en la suspensión de la asamblea general de la Real Federación Española de Fútbol que debía, entre otras cosas, proceder al sorteo del calendario de la primera y segunda división. El aplazamiento hasta nueva fecha de la asamblea da una cierta idea de coto particular: detenido el presidente se cancela la reunión. Cuando lo razonable sería haberla celebrado y, en todo caso, haber llevado a cabo el relevo de Villar. Una persona con dos causas judiciales abiertas y ahora detenido no puede conservar el mismo estatus, como si nada estuviera sucediendo. Y los miembros de federación deberían ser los primeros en no aceptarlo por más favores que le deban.

El segundo motivo de reflexión es el político. Tan propensos a hacerse fotos cada vez que hay un triunfo deportivo ¿cómo debe ser entendida una única declaración del  ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, señalando que las leyes son iguales para todos? Demasiado silencio para una noticia que está en todos los medios de comunicación internacional y al que se le había dado cancha desde instancias oficiales y una inmerecida protección cuando lo razonable era haber impulsado hace muchos años la sustitución. La gran paradoja es que la imagen del éxito deportivo le protegió de todos los desmanes. Y hoy el olor que desprende su gestión no es muy diferente al de otros casos de corrupción parecidos. Y la protección solo dura, como hemos visto en otros asuntos semejantes, hasta que el implicado queda desnudo. Y del Villar todopoderoso hoy solo sale en su auxilio Joan Gaspart, que nunca da puntada sin hilo. Quizás no sea tanto por amistad sino porque aspira a ocupar su sitio.