Por sexta vez, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha sido reprobada por el plenario del Ayuntamiento. Nunca antes, un alcalde de Barcelona había alcanzado semejante récord por cuestiones tan diversas como el Plan de Barrios -este martes-, la seguridad ciudadana, los narcopisos, la gestión económica o los presupuestos de la capital catalana. Toda una marca en cuatro años de gobierno municipal en que no ha sido capaz de establecer ningún acuerdo estable con una fuerza política y ha gobernado, excepto un corto período de tiempo con el PSC, en la soledad más absoluta de sus 11 concejales de los 41 que componen el consistorio municipal. No ha habido área de la ciudad que no sufriera un deterioro importante en este tiempo, lo que explica que afronte las elecciones en desventaja, algo que no le había ocurrido, más allá del resultado final en las urnas, a ninguno de sus predecesores.

Es obvio que Barcelona necesita un cambio para detener su declive, y que se evidencia en áreas tan estratégicas como la económica, el turismo o el comercio, donde lo poco que se ha hecho ha sido casi siempre mal. Las últimas declaraciones de la concejal Gala Pin abogando por la desaparición del turismo de los cruceros y calificando a los visitantes de "plaga de langostas que devora el espacio público y después se van" no son más que un ejemplo de la deriva que nunca hubiera tenido que tomar Barcelona. Seguramente son el turismo y la vivienda los dos grandes fracasos de Colau cuando eran sus dos objetivos primordiales.

La celebración de las elecciones españolas en el ecuador de los dos meses y una semana que faltan para las elecciones municipales han retrasado un debate que era del todo necesario y que ahora queda, en parte, supeditado a lo que acabe sucediendo en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Sin embargo, habrá que extraer conclusiones de lo que ha supuesto el período de la alcaldesa Colau, su inexperiencia, su incapacidad para alcanzar acuerdos y su falta de proyecto de ciudad. Hasta el extremo que cuando ha tenido que lucir alguna actuación importante ha tenido que ser de alguno de los últimos alcaldes, sean Jordi Hereu o Xavier Trias.

Habrá que debatir a fondo en campaña sobre lo que se ha hecho estos cuatro años y no sobre promesas para los cuatro años venideros. De eso podrán hablar las formaciones que han estado en la oposición pero no quienes han gobernado Barcelona, que deberían ser juzgados por lo que han hecho y no por lo que dicen que harán. Pero eso es cosa, sobre todo, de los partidos de la oposición. Que sepan explicar un proyecto ambicioso y creíble, que sean transparentes con sus alianzas postelectorales, que devuelvan a Barcelona la fuerza de una ciudad capaz de jugar el rol que le corresponde y que sea, en definitiva, lo contrario de lo que ha sido estos últimos cuatro años.