Albert Rivera está de mal humor y se le nota. Su agenda se ha vaciado, sus entrevistas se han reducido y ha empezado a notar que muchos de los poderosos del mundo financiero y de los medios que le reían las gracias ahora tienen cosas más importantes que hacer. Lo está también, y por partida doble, Inés Arrimadas. Los enfados del jefe siempre quien primero los nota es su segundo, y en Catalunya el partido de la crispación ha perdido un aliado y medio. El PSC no quiere en esta nueva etapa un ruido excesivo y el PP tiene cosas más importantes que hacer si no quiere desaparecer. Curiosamente, los populares tienen ahora una oportunidad que no tenían cuando gobernaban, porque lo suyo es hacer oposición.

El establishment respira más tranquilo una vez el bipartidismo da señales de que puede remontar su delicada situación de estos años y los partidos independentistas se debaten entre el acomodo indisimulado a la nueva situación española o seguir el camino trazado por el president Puigdemont. Las dos cosas juntas no pueden ser. Sobre todo, porque en Madrid la comedia se hace mucho mejor y son mejores profesionales.

Las encuestas, en breve, van a empezar a ofrecer señales de recuperación del PSOE. Y, seguramente, la histórica resistencia electoral del PP al desplome también haga de dique de contención de Ciudadanos, que debería empezar a devolver votos a sus titulares iniciales. Hará falta unos meses para comprobar si todo ello es así. Mientras, el gobierno español va a intentar vivir un tiempo más de haber derribado a Mariano Rajoy. También ha puesto en marcha la segunda parte de la operación diálogo, con la misma fuerza y capacidad comunicativa que en su día la exvicepresidenta Sáenz de Santamaría. Veremos si con un resultado diferente. Porque los motivos para la esperanza son pocos, si dejamos de lado el ruido ensordecedor de todos aquellos que tanto lo desean que ya están lanzando las campanas al vuelo.

Este fin de semana, una persona, exvotante del PSC, que en los últimos tiempos solo hacía que resaltar las virtudes de Rivera y Arrimadas frente a lo que, según él, era la incompetencia de PP y PSOE, veía en Sánchez el nuevo desatascador de la política española. Solo le faltaba gritar como un poseso contra Rivera como el su día hizo Iceta contra Rajoy. Estaba igual de feliz que cuando ganó Zapatero en 2004 (y se cansó a los dos años) y llegó Rajoy en 2011 (y se sulfuró antes de un año). Bendita ingenuidad.