Desde este viernes, en que se publicará en el Diari Oficial de la Generalitat (DOGC), Catalunya entra oficialmente en la fase de emergencia ante la grave situación hídrica que atraviesa el país por la prolongada sequía, que dura más de tres años. Es una situación nueva, que afecta a unos seis millones de personas que habitan en los municipios más poblados de Catalunya, que reciben el agua del sistema Ter-Llobregat, que se encuentra por debajo del 16% de su capacidad, el mínimo histórico alcanzado nunca. 

Pero es, sobre todo, una tesitura calamitosa. Consecuencia, en buena medida, de no haber hecho en tiempo los deberes que han correspondido a varios gobiernos de Catalunya. Al menos ha habido en las últimas décadas dos momentos más en los que se hubiera podido revertir la situación. Quizás no de manera definitiva pero sí paliando el auténtico drama que se produce ahora. En primer lugar, en el inicio de este siglo, cuando Jordi Pujol solicitó a José María Aznar el trasvase de agua del Ródano. Una demanda que venía de bastante atrás y que tenía un amplio consenso de los expertos.

El entonces presidente del Gobierno fue tajante y su apuesta fue el trasvase del Ebro, que ya sabemos como acabó. En plena presidencia de la Generalitat de José Montilla se volvió a plantear en 2008 y, en este caso, con presencia en Catalunya de responsables de la región de Bas-Rhône y de Languedoc, así como de la compañía Suez-Lyonnais des Eaux. El compromiso francés fue que aunando la voluntad política de las autoridades de ambos lados de la frontera, el proyecto de trasvase del Ródano a las cuencas internas catalanas podría estar hecho en cinco años. En aquel momento se apostó por la construcción de desaladoras, lo que tan solo se inició.

Aunque el president Artur Mas intentó volver a la carga con el trasvase del Ródano a partir de 2011, las condiciones ya no eran las mismas y, además, el problema de la sequía del 2008 había dejado de serlo porque nuevamente llovía y el nivel de los embalses había vuelto a subir. Ahora, tras más tres años de sequía persistente, vemos todo lo que se hubiera podido hacer y no se ha hecho y es desolador. También el actual Govern hubiera podido tomar conciencia del problema antes y realizar las inversiones cuando tocaban, pero, seguramente, nadie se acababa de creer que llegaríamos a esta situación.

La sequía obliga a gestionar cuatro crisis: la de los particulares, la de los agricultores, la de la industria y la del sector del turismo

Y eso que el verdadero problema no ha hecho más que empezar. Solo hace falta ver como los diferentes sectores afectados están poniendo el grito al cielo por el enorme daño económico que les puede acabar ocasionando. Habrá que gestionar simultáneamente cuatro crisis: la de los particulares, la de los agricultores, la de la industria y la del sector del turismo. Cada una importante, aunque de consecuencias diferentes. Los particulares y los payeses ya saben de qué va porque su esfuerzo ha sido importante estos últimos tiempos.

Pero la industria y el turismo tendrán que abordar unos meses, si la situación no cambia y llueve, de enorme gravedad. El turismo representa el 12% del PIB catalán y el 13% de los ocupados. Según los últimos datos conocidos, el número de turistas que llegaron a Catalunya hasta noviembre de 2023 fue de alrededor de 16,98 millones de personas. Si las condiciones de su estancia en Catalunya cambian drásticamente, otros destinos pueden coger el relevo. Es un riesgo serio que conviene evaluar con tiempo y adoptar medidas aunque sean políticamente difíciles. No hay otra.