Cuando Josep Borrell llegó al gobierno de Pedro Sánchez y pasó a ocupar la cartera de ministro de Asuntos Exteriores ya vaticinamos que su presencia en el Ejecutivo español iba a ayudar poco a mejorar las relaciones con Catalunya. Lo que no sabíamos entonces es que las iba a empeorar a pasos tan agigantados y con tantos países. Bélgica y Grecia han sido los dos últimos estados que Borrell ha puesto en la diana. En el primer caso, por el conflicto que ha abierto con el gobierno de Flandes, retirando el estatus diplomático al delegado flamenco en Madrid después de unas declaraciones del presidente de la Cámara legislativa sobre Catalunya y los presos políticos. En el segundo, forzando el cese del cónsul de Grecia en Barcelona por haber participado en la multitudinaria manifestación de la última Diada del 11 de Setembre.

El conflicto diplomático de España con Flandes no es ni mucho menos menor e incluso ha estado presente en la cumbre comunitaria celebrada en Bruselas donde el primer ministro belga, Charles Michel, ha dado un toque de atención al Estado español. En el Parlamento flamenco, muchos portavoces se pusieron incluso el lazo amarillo y denunciaron las restricciones existentes en España en cuanto a la libertad de expresión tras la censura a las declaraciones de su presidente de la Cámara legislativa. 

Cuando Borrell llegó al palacio de Santa Cruz, ya avanzó a las pocas horas que su principal objetivo sería revertir la imagen de España ofrecida por el independentismo catalán en el extranjero y la acabar con leyenda negra y antidemocrática. El político de La Pobla, que es todo un especialista en apagar los fuegos echando bidones y más bidones de gasolina, ha pasado de las palabras a los hechos. Y si García-Margallo había optado directamente por comprar voluntades de los estados a cambio de impedir el más mínimo apoyo al independentismo catalán, Borrell ha decidido pasar al ataque. Nada mejor, debe pensar, que iniciar una guerra con todos aquellos que tengan la más mínima simpatía.  Y como al ministro no le amilana la bronca y tiene revoloteando como una mosca cojonera el sucio asunto de la venta de las acciones de Abengoa por información privilegiada, y la sanción que le ha impuesto la CNMV, debe pensar que mientras se habla de una cosa no se habla de lo otro.

El problema, en todo caso, es que durante un tiempo el ministro de Exteriores español será cualquier cosa menos el de la diplomacia. Con Borrell al frente está asegurado que esta brillará por su ausencia.