El Ministerio de Asuntos Exteriores ha decidido finalmente presentar un recurso contencioso-administrativo por la reapertura de seis delegaciones catalanas en el extranjero que suspendieron el 155, la supresión de la autonomía y el cese fulminante del Govern y que, con el nuevo conseller d'Exteriors había procedido a recuperar Ernest Maragall. El recurso del ministro Josep Borrell no es ninguna gran sorpresa, ya que lo había ido dejando caer en alguna que otra declaración de las múltiples que ha efectuado desde que tomó posesión del cargo, a principios de junio. Pero, en cambio, sí es un proyectil del ministro en la zigzagueante relación que mantiene el Gobierno de Pedro Sánchez con el Govern de Quim Torra en la que predominan las buenas palabras y la gesticulación de los socialistas y, en cambio, hay una ausencia de hechos reales. Como si la política se pudiera realizar tan solo yendo de un micrófono a otro.

De ahí la importancia del movimiento de Borrell: entrar en un tema como es el de las embajadas y que ya estaba política y mediáticamente descontado porque el Govern ya las había reabierto sin mayores problemas es toda una declaración —y no verbal— de hostilidad. Máxime si en el argumentario de Exteriores lo que se viene a decir es que para la apertura de las embajadas catalanas no se han cumplido los trámites burocráticos correspondientes y los ministerios afectados, además de Exteriores, Hacienda y Política Territorial, no habían podido decir la suya. Una posición cuando menos puntillosa ya que las delegaciones funcionaban antes de su cierre por el 155.

Es evidente que la Generalitat debe proseguir su plan de apertura de delegaciones en el extranjero a la que tiene derecho como cualquier otra autonomía española. La política intimidatoria por parte del ejecutivo de Sánchez carece de lógica política y no se corresponde con los votos que se otorgaron al presidente Sánchez para que accediera a La Moncloa. En política no es compatible el "yo te lo doy todo y tú no me das nada" a menos que una de las dos partes carezca de sentido del ridículo. La reanudación del curso político debe corregir esta situación.

Porque Borrell sí tiene claro lo que tiene que hacer.