A José María Aznar le sucede lo de aquella vedette que se retiró joven de los escenarios y siempre pensó que se había equivocado. En el caso del expresidente abandonando tan pronto el proscenio del poder. Por eso, en cada ocasión que tiene, reaparece públicamente dejándose notar con frases grandilocuentes y desmarcándose de un partido del que ya no siente los colores, desconfía del entrenador y los jugadores le han perdido el respeto. ¿Está jugando a volver o simplemente piensa que nunca debió haberse ido? Esta pregunta no tiene una respuesta clara ya que entre aquellos con los que más habla no hay una posición unánime.

Pero a Aznar hay que seguirle, no obstante, más por los gestos que por las palabras. En sus últimas intervenciones públicas hay no solo un poso muy derechista y de defensa de una España muy totalitaria respecto no solo a la independencia de Catalunya sino también a cualquier reforma de la Constitución que amplíe el techo autonómico. De ahí su hostilidad manifiesta y sus gestos de desaire a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, que dos meses después de poner en marcha la Operación Catalunya no ha puesto encima de la mesa ni una sola medida que justifique por qué asumió ese papel. ¿No lo ha hecho por miedo a ese PP que aún ve en Aznar el único referente ideológico o bien porque el Gobierno de Rajoy no tiene nada que ofrecer, o por ambas cosas a la vez? Hoy SSS volverá a Catalunya y será la quinta vez desde noviembre, pero la hemeroteca solo guarda de estos 60 días un reducido álbum de fotos con afines y poca cosa más.

Un amigo mío me ha comentado por experiencias pasadas que cuando está en campaña se hace más el simpático. Y de golpe he recordado la escena ocurrida hace unas semanas en un restaurante de Madrid donde cenaban el expresidente Aznar y el exministro y exalcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón acompañados de sus respectivas parejas. Sirva como anotación al margen que la relación entre Aznar y Gallardón no fue históricamente buena en el pasado y en cambio ahora sí tienen en común el enfado monumental que llevan con Mariano Rajoy. Pues bien, Aznar al abandonar el restaurante coincidió con un cualificado grupo de catalanes cuyos nombres no es correcto dar ahora. Al más importante de todos ellos, el expresidente le saludó con un fuerte abrazo, muy superior al que nunca, ni en los mejores momentos, le había dado. Y, además, estuvo simpático. Si esta en campaña o no, ya veremos.