La celebración de dos reuniones paralelas, una convocada por el Govern de la Generalitat y otra por el delegado del Gobierno en Catalunya, para abordar la crisis del aeropuerto del Prat e intentar que el caos que intermitentemente vive desde el pasado 1 de mayo no se cronifique es el peor camino posible para abordar con urgencia una solución que no debería tener color político. Han sido los ciudadanos los que han denunciado desde aquel fatídico puente cuál era la deplorable situación que afectaba a cientos de pasajeros cada día por negligencia o incompetencia de los responsables políticos encargados de planificar y evitar que llegara a suceder. Lo cierto es que lo que empezó como un problema del puente del Primero de Mayo se ha acabado convirtiendo en una tortura para los pasajeros sin que hasta las últimas horas no se haya producido aquello tan típico de la política: hacer un macramé para que parezca que la responsabilidad del caos es compartida.

Y, en este caso, no puede ser compartida la responsabilidad porque la competencia es exclusiva del Estado. Enric Millo ha reunido este miércoles a responsables de seguridad y del aeropuerto y han insistido en que se pondrá remedio con urgencia. Esperemos que sea así y el daño a la imagen de Barcelona no se prolongue durante mucho tiempo. De hecho, la solución debería llegar en horas, ya que los pluses de los efectivos del Cuerpo Nacional de Policía deberían estar ya acordados en línea con los que perciben en otros destinos y las máquinas encargadas de facilitar el control de los pasaportes -los famosos verificadores- hace semanas que debían haber sido encargadas. No es necesario que el secretario de estado de Seguridad declare pomposamente que el aeropuerto del Prat es una referencia sino simplemente que reciba el mismo trato de aquellos que también lo son, como por ejemplo Madrid, o de aquellos que no lo son y tampoco tienen problemas.

Tampoco habría sobrado que, además de la rueda de prensa que ofreció, el delegado del Gobierno español hubiera acudido a la reunión convocada por la Generalitat, a la que había sido invitado y que se celebraba a una hora distinta. Las discrepancias en temas políticos de calado no deberían interferir en una materia tan sensible como el aeropuerto del Prat. En cualquier caso, su inasistencia será un problema menor si en los próximos días no se vuelve a hablar más de problemas en el Prat y tan solo se habla del éxito de pasajeros en un aeropuerto que en el último cuatrimestre ha crecido más que el de Barajas. Pero habrá que exigir a la Generalitat medidas más contundentes si ese final feliz no llega con rapidez.