Un año nuevo siempre es por definición un tiempo de incertidumbres y de ilusiones. También de miedos. Este 2018 que empieza es, sin duda, complejo y desafiante. También enrevesado y enigmático. Catalunya sale de una situación excepcional propiciada por un golpe institucional que desencadenó de facto la supresión de sus instituciones de autogobierno y que pretendía ser legitimado en las urnas a través de una convocatoria de las elecciones del 21-D ventajosa para el unionismo. El resultado es de sobras conocido: revolcón al Gobierno español, revolcón al PSOE y revolcón a Ciudadanos pese a ganar las elecciones su candidata, Inés Arrimadas. Los tres del 155.

El independentismo ha revalidado la mayoría absoluta en el Parlament y ha mantenido un porcentaje de votos muy similar -dos décimas menos, el 47,5% de los que acudieron a las urnas- en unas condiciones excepcionales. Un resultado suficiente para que Puigdemont y los consellers exiliados hubieran podido volver a Catalunya, el vicepresident Junqueras y el conseller Forn abandonar la prisión de Estremera y los Jordis, la cárcel de Alcalá Meco. José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo, acaba de declarar que en esta causa no hay apariencia de los delitos de rebelión, sedición, ni tan solo malversación. Unas manifestaciones que causan un enorme desgarro sobre la siempre cuestionada independencia judicial.

El independentismo deberá gestionar con acierto sus 70 escaños en la Cámara catalana. Primero, trenzar los acuerdos entre las tres formaciones, Junts per Catalunya, Esquerra y la CUP, para una legislatura estable y, más tarde, plantear las prioridades de los próximos cuatro años.

Y sobre todo, explicarlo. La opinión pública catalana tiene derecho a saber qué se va a hacer desde el Govern los próximos años, una vez el conjunto del independentismo parece haber asumido que la prioridad pasa por ampliar el espacio hasta lograr el 50% de los votos y que las prisas de la legislatura pasada no se repetirán en esta ocasión.

Aunque sea en unas condiciones tan difíciles como supone remontar los efectos de la aplicación del 155 y la amenaza de que, una vez probada la medicina, el Gobierno español puede repetirlo en cualquier momento, hay que mirar el futuro con optimismo, ya que unas elecciones siempre son una ventana de oportunidad. El independentismo ha resistido la agresión del Estado concentrada en los miembros del Govern en el exilio, en prisión o en libertad condicional. Cientos de alcaldes tienen causas judiciales por el 1-O y, al menos, un centenar de altos cargos se encuentran en condición de investigado -antes imputado- o a punto de serlo.

No es fácil hacer política en estas condiciones, pero la actitud no debe ser de resistencia. Es necesario saltar este marco mental y hay muchas cosas por hacer. Y habrá que persistir en seguir reclamando diálogo y negociación. Y una solución política y democrática al contencioso entre Catalunya y España. Y seguir exigiendo a Europa que escuche la voz de Catalunya. Persistir, que no resistir. Con acierto y con ahínco. Sin defraudar a los electores que votaron el 21-D.

Y entonces el sueño de un muy buen 2018 será una realidad.