El presidente del gobierno compareció nuevamente este sábado en televisión, como nos tiene acostumbrados desde que anunció el estado de alarma, para comunicarnos que iba a prorrogar otro quinces días el confinamiento general de la población. O sea, hasta el 26 de abril quedando en puertas de la festividad del 1 de mayo, lo que lleva a pensar que fácilmente se acabará alargando una semana más antes de que se inicie el progresivo desconfinamiento.

Que lo anuncie personalmente es lógico y que alargue el plazo también ya que estamos muy lejos del control de la pandemia por más que se nos quiere transmitir una inmediatez de un final que no tenemos, ni mucho menos, a tocar. Lo que es del todo inexplicable es el apagón informativo a que nos tiene condenados por más que hable durante una hora y en un paripé casi sin precedentes no diga nada, aunque aquí todo lo negativo ha tenido siempre antes una situación similar. E incluso conteste preguntas en una apariencia de conferencia de prensa en que su secretario de Estado de Comunicación le filtra las preguntas que recibe, desactivando la carga que pudiera tener, las agrupa por medios de comunicación o simplemente elimina las de medios a los que no le apetece dar publicidad, como este sábado han denunciado varios de ellos.

Una vez más, no ha habido ninguna autocrítica pese a que la situación en España ya ha superado a la de Italia y nada se aprendió de lo que allí pasó o también en China. Las compras de material se han hecho tarde y mal por la centralización de mando único y ahora se pagan las consecuencias de ello. Las medidas económicas han sido un parche inconsistente y han dejado desprotegidos a autónomos y pequeños empresarios. Ahora, además, se anuncia que en esta nueva prórroga hasta el día 26 las medidas para los trabajadores después de Semana Santa serán diferentes a las del actual ciclo poniendo punto final al parón de la industria y al denominado "permiso retribuido recuperable".

Habrá que ver como queda todo ello en el BOE ya que no es la primera vez que la letra pequeña dice una cosa diferente a la anunciada. Y, también, como se le da cuerpo a la última idea recentralizadora de la política española: unos nuevos pactos de la Moncloa, similares a los del inicio de la transición en 1977. Una nueva transición que ponga en valor lo común y lo que une. El camino, evidentemente, no es este.