En contra de la dinámica que parecía llevar el Partido Popular en Galicia en las dos últimas dos semanas, la formación de Alberto Núñez Feijóo vuelve a estar en condiciones de repetir la mayoría absoluta que obtiene en aquella comunidad desde el año 2009. Nada está perdido del todo para el BNG, pero solo una impensable retirada de Sumar en aquellas provincias en las que sus votos podrían dar un escaño más a la izquierda o una concentración de voto ante la prácticamente segura ausencia en la cámara autonómica de formaciones que no sean el PP, BNG y PSdeG puede acabar dando un vuelco al mapa que, hoy por hoy, se dibuja, cuando falta poco más de una semana para las elecciones del domingo día 18 de febrero.

El BNG va a recoger un premio importante si se cumplen los pronósticos, ya que se va a situar claramente como la segunda fuerza política con alrededor del 30%, cuando en 2020 se quedó en el 23,8% y ya venía de un crecimiento significativo respecto al 2016. La formación nacionalista, en una zona electoral muy conservadora, va ganando cuota electoral, deja atrás claramente al PSdeG y consolida un espacio propio en línea al que tiene Esquerra Republicana en Catalunya y Bildu en el País Vasco. El desplazamiento socialista en la periferia española es uno de los hándicaps con los que tropieza Pedro Sánchez para situar al PSOE en una posición de liderazgo que igual ya se le ha escapado. O pasará a tenerlo mucho más difícil si no revierte esta tendencia —más grave si se suman Andalucía, Madrid, Castilla-León y València— y suerte tiene de que en Catalunya el PSC está en unos registros que hacía años que no tenía fruto, en parte, de que Esquerra prioriza chupar el voto de los comunes y Junts tiene, electoralmente al menos, una estrategia difusa y en la que no parece entrar el captar votante socialista.

Pero volvamos a Galicia. La victoria de Feijóo, si llega y es por mayoría absoluta, que es la única que le vale, tendrá un efecto similar a la del billar americano, en la que el movimiento de una bola acaba produciendo que otras también se desplacen. El líder popular cogerá oxígeno para resistir los embates que pueda tener contra su presidencia, tendrá el viento a favor de la inestabilidad en la política española, que está garantizado, y se asegurará la candidatura a las próximas elecciones españolas. No hay nada que calme más que juntar unos buenos resultados tuyos con unos malos resultados de tu rival. La línea dura del PP tendrá premio electoralmente hablando y, depende de cómo, la absorción de Vox puede acabar siendo, tan solo, una cuestión de tiempo. Y de errores de Abascal, que también pasa a menudo.

El desplazamiento socialista en la periferia española es uno de los hándicaps con los que tropieza Pedro Sánchez para situar al PSOE en una posición de liderazgo que igual ya se le ha escapado

Sánchez, aunque está acostumbrado como nadie a sacar conejos de la chistera, tendrá difícil gestionar un mal resultado en Galicia. Es cierto que no es una novedad, pero el momento en el que caería sería el más delicado. Nada que ver con el 2020, por ejemplo. Solo le vale el acuerdo con Junts para sacar adelante la legislatura, y lejos de haberse estabilizado después de seis meses de negociación, está más en el alambre que nunca. La amnistía fue lo único, o lo más importante, que amasó aquel pacto y es justamente lo que está en el alero. Hay voluntad de encontrar un redactado que permita salir del atolladero actual aprovechando las enmiendas a la ley que aún están vivas. Pero ese deseo, o interés, para ser más preciso, es algo mucho más etéreo que real, ya que se intenta poner el cascabel a una serpiente taipán, la más venenosa del mundo, no a un gato.

Y si el hilo no acaba entrando en el agujero, la legislatura puede entrar en una dimensión desconocida. ¿Que puede acabar siendo un suicidio? Quizás. Pero si en Sánchez todo son cálculos electorales, al otro lado de la mesa tiene un interlocutor que lo que menos le mueve es justamente eso. Y eso se acostumbra a olvidar demasiado a menudo en Madrid.