La marca España ha quedado este martes seriamente dañada y, en este caso, no ha sido por la crisis económica ni tampoco por un conflicto institucional o territorial. Con la parte alícuota que les corresponda a cada uno de ellos, Partido Popular, PSOE, Podemos y Ciudadanos, han ejecutado un insólito ejercicio de prestidigitación durante 128 días hablando de diálogo sin escucharse, de negociación sin voluntad de pacto y de consenso, cuando lo único que se ha visto en estos meses es una zancadilla tras otra. Bien es cierto que PSOE y C´s acordaron hace unas semanas un documento de investidura que, en la práctica, no ha sido más que un corsé inmovilizador de la legislatura. Ningún otro estado de la Unión Europea ha protagonizado en los últimos tiempos un desenlace de unas elecciones como el español. En parte, porque no se lo ha podido permitir y también porque la responsabilidad no se lo permitía a sus dirigentes.

Aunque no es la primera vez que lo escribo, vale una vez más recordarlo. De los 28 estados de la UE, un total de 24 tienen gobiernos de coalición, en algún caso, como Bélgica, formados por hasta cuatro partidos, y en otros tres estados hay gobiernos de mayoría absoluta. A parte queda el caso de España, cuyos partidos no han sabido interpretar la complejidad del voto del 20 de diciembre y el mandato electoral que apelaba a acuerdos de gobierno y parlamentarios para sacar adelante la legislatura. Nada de eso se ha hecho y de ahí la convocatoria de unas nuevas elecciones para el próximo 26 de junio.

En esta recta final de una mala obra de teatro hay que reconocer que quizás el único que puede sentirse totalmente satisfecho por el desenlace es Mariano Rajoy. Apostó desde el principio por el bloqueo de la situación, consciente de que el acuerdo con el PSOE era imposible y que cualquier movimiento suyo le jugaría en contra y le ha salido bien. Podemos jugó a dos cartas: acuerdo con el PSOE a un precio inasumible para los socialistas, o bloqueo. También ha salido la segunda de sus opciones. Ciudadanos, ya queda dicho, inmovilizó al PSOE con el apoyo decidido de los barones socialistas que no querían un gobierno con Podemos. Y, finalmente, el gran sacrificado: Pedro Sánchez. Que ha tenido todos los minutos de televisión del mundo y que quizás, al final, solo le habrán servido para amplificar su fracaso.