La comparación de Pedro Sánchez entre la manifestación ultra de este sábado en Madrid y la que celebró el pasado jueves el independentismo, para demostrar que la tan cacareada normalización política en Catalunya era fruto de una campaña de marketing socialista y no una realidad, más que un agravio es una burla. También es la constatación, una vez más, de que le importa poco dejar a mitad del camino a los que le ayudaron a llegar a la Moncloa. El Sánchez en modo electoral y con las encuestas en contra ha movido incluso a la Abogacía del Estado, situándola en una posición idéntica a la de la Fiscalía a la hora de interpretar el reformado Código Penal en lo que respecta a los exiliados y, a buen seguro, a los presos.

Superar a Llarena, que solo hablaba de malversación, aunque en términos anteriores a la reforma y con una condena de prisión de hasta 12 años, no era fácil. Lo hizo primero la Fiscalía aceptando la irreal lectura de la malversación y agregó los desórdenes públicos agravados, como una especie de sedición light, elevando la condena hasta 17 años de cárcel. No habían transcurrido 24 horas, que la Abogacía cerró el círculo para desconcierto de profanos e ingenuos que no esperaban un movimiento así de la Moncloa. El desconcertante presidente del gobierno español es un aliado por etapas que practica el win to win con la frialdad de aquel que nunca compromete más de un movimiento.

Apoyo parlamentario y desmontaje del andamiaje independentista a cambio de los indultos. Presupuestos a cambio de la reforma del Código Penal. ¿Que después no sale como algunos pensaban? No es cosa suya, la reforma está hecha y ha cumplido su palabra, dice. Lo demás será cosa de los jueces. No he visto ninguna sensación de preocupación ni de los socialistas ni del autonombrado gobierno más progresista de la historia por lo que le está pasando, y mantiene la represión judicial contra el independentismo allí donde estaba o peor. Es normal que haya preocupación por algunos de los juicios a dirigentes independentistas que están por llegar y que tienen entre las posibles condenas la de malversación, y que el tribunal puede también sortear la reforma penal.

Este Sánchez que con todo desparpajo compara a los ultras de Madrid con los independentistas del jueves no deja de ser un frívolo y maneja la democracia como si fuera un juguete. Aunque solo fuera por la deuda que hubiera tenido que pagar por estar donde está. Porque en la manifestación estaban sus socios de Esquerra Republicana, y también convocaba Junts per Catalunya, que le ayudó igualmente en la moción de censura a Rajoy. No le han facilitado la Moncloa ni el PP, ni Ciudadanos, ni mucho menos Vox. Tampoco eran unos nostálgicos los que convocaron la manifestación de Barcelona. Hacer populismo con la manifestación ultra de Madrid y compararla con la de Barcelona ayuda tan solo a darle carta de credibilidad a la ultraderecha. Y después se puede llorar por los votos y las políticas de Vox. Pero entonces ya será tarde.