La comparecencia del director de la Oficina Antifrau de Catalunya (OAC), Daniel de Alfonso, ante la comisión de Afers Institucionals del Parlament, que acordó después de escuchar sus explicaciones una propuesta de cese que irá al pleno de la cámara de la semana que viene, ha sido uno de los actos más estrafalarios e impúdicos de la agitada y sorprendente política catalana.

Lejos de ofrecer una explicación seria, De Alfonso exhibió falta de sentido de la realidad y profirió amenazas, a veces veladas, otras no, contra los diputados. De Alfonso se parapetó en su papel de garante de la corrupción, de defensa de todas sus actuaciones -el problema era de los diputados que no conocían los límites de la Oficina-  y de conocedor del Derecho para saber mejor que nadie lo que podía y no podía hacer. También de sus conversaciones con el ministro del Interior, Jorge Fernández, para destrozar el movimiento independentista y sus líderes valiéndose ambos de su posición. Y acabó acusando a los diputados de estar a punto de saltarse la ley. Como si las cintas no hubieran existido y todo fuera un montaje o una fabulación. Al final, flotaba en el ambiente una idea peligrosa: ¿En qué momento ha echado raíces la idea de que existía impunidad para destruir, con las armas que fuera, el procés soberanista?

¿En qué momento ha echado raíces la idea de que existía impunidad para destruir, con las armas que fuera, el procés soberanista?

El gran Jack Nicholson tiene entre sus muchas películas de éxito Algunos hombres buenos, un film rodado en 1992 junto a Tom Cruise y Demy Moore, entre otros, y que es todo un alegato contra la impunidad. Nicholson encarna el papel de un soberbio y desquiciado coronel Nathan R.Jessup, responsable de la base de Guantánamo, un lugar donde la ley puede ser vulnerada en base a una idea: la peculiar manera de entender la salvación de la nación americana. Tom Cruise es un joven abogado que defiende a unos soldados de la base norteamericana y al final consigue con un interrogatorio punzante y agresivo sacar de sus casillas al coronel Jessup. Este, en su alegato final, acaba confesando como funciona el régimen de terror y vulneración de cualquier principio legal. Hay una frase que resume su proceder. "Usted es un hombre que se acuesta bajo la manta de la libertad que yo le proporciono y después cuestiona el modo en que la proporciono. Preferiría que solo dijera gracias y siguiera su camino".

Oyendo durante estos días las transcripciones de las cintas entre el ministro del Interior y el director de la Oficina Antifrau de Catalunya hemos aprendido muchas cosas. Hemos conocido cómo se podía cambiar la realidad o manipular la verdad; hemos sabido que la Fiscalía, según un ministro, podía afinar las cosas si se hacía una gestión; también que De Alfonso era capaz adaptarse a las peticiones de todo un ministro porque él se consideraba español y que también estaba orgulloso por haberse "cargado" el sistema sanitario catalán. De todo ello estaba al corriente el presidente del Gobierno, según palabras del ministro. En el nuevo y espeluznante capítulo sabemos una cosa nueva: que entre las diversiones estaba, además de las conocidas de fabricar pruebas contra ERC, CDC y el Govern, intentar remover la cúpula de Convergència. Al director de la OAC parece no gustarle Artur Mas y el candidato que comparte con el ministro es el entonces conseller Germà Gordó. Mas es un problema, señala, porque quiere ir siempre "palante, palante, palante" en el procés soberanista y Gordó, con el que dice que ya ha hablado del tema, se deja querer.

El corresponsal del International New York Times en España y Portugal @RaphaelMinder -hay que volver a leer prensa extranjera para atinar en los diagnósticos- decía en un tuit que "un Estado de derecho necesita justicia+policía independientes: ¿cómo se puede mantener al ministro Fernández Díaz, igual [con] lo que pasa el 26-J?