La publicación de los datos del informe PISA, que anualmente da a conocer la OCDE, se ha convertido en algo así como las notas de fin de curso. En este caso, no de un alumno sino de un país. Aunque es cierto, como ha señalado el profesor Xavier Sala i Martín nada más conocerse el informe, que los resultados del informe no indican la salud de un sistema educativo y que hacer bien un examen no es aprender, si sirven, en parte, los datos dados a conocer para romper algunos tabúes y acabar con más de una demagogia.

La más importante, la feroz crítica al sistema de inmersión lingüística y su aplicación de acuerdo con la Ley de Educación de Catalunya (LEC), que hace mucho tiempo que se persigue política y judicialmente y que, incluso, varias sentencias del Supremo han querido echar atrás. La demagogia aguanta muchas cosas, sobre todo si el apoyo político y mediático es alto. Otra cuestión son los datos. Y más allá de la buena noticia de que Catalunya está por encima de la media española y europea en matemáticas, comprensión lectora y ciencias, cabe destacar a título de inventario, que, con inmersión incluida, los alumnos catalanes entienden la lengua castellana mejor que los españoles.

Con una tasa de inmigración alta, con una financiación autonómica escandalosamente insuficiente y la hilarante campaña del ministro Wert, que llevaba en el frontispicio que había que españolizar a los niños catalanes, los datos de los alumnos catalanes, con una lengua más, están en comprensión lectora por encima de la media estatal (500 puntos frente a 496).

Evidentemente son datos alejados de la excelencia y también se podrían encontrar motivos para rebajar un cierto optimismo ambiental. Pero cuando la demagogia se da de bruces con la realidad vale la pena destacarlo. Sin sacar pecho pero negando la mayor y desautorizando a los que tratan de hacer una crítica educativa del sistema de inmersión lingüística cuando lo que hacen es simplemente política. Y de la mala.