¿Está realmente Pedro Sánchez interesado en alcanzar un acuerdo para lograr su investidura o quiere ir a nuevas elecciones? Esta es la pregunta del millón y sin respuesta, por más que el presidente del Gobierno en funciones declarara solemnemente, nada más conocerse los resultados, que estaba dispuesto a trabajar por su investidura. Todo ello, antes de que iniciara sus vacaciones de verano, y que duran ya tres semanas, en Canarias y Marruecos.
Sánchez ha dicho tantas cosas estos años y ha hecho lo contrario, que es normal que haya una duda más que razonable sobre sus intenciones reales. Es más, la actitud displicente y de un cierto pasotismo de los socialistas parece contradecir sus declaraciones. A falta de cuatro días para la constitución del Congreso de los Diputados, el PSOE está muy lejos de haber armado la presidencia de la cámara y esa mezcla de altivez y desdén les va a dar más de un susto si no cambian de actitud.
Por si hay nuevas elecciones, los únicos que parecen estarse preparando son los de la derecha. El PP, a través de sus tentáculos políticos y mediáticos, ha iniciado una campaña de asfixia de Vox tratándoles de agrietar sus filas y remarcando que si hoy no tiene asegurada la Moncloa, es debido al impacto que la ultraderecha ha tenido en muchas provincias y donde el voto de los electores que les han hecho confianza ha ido directamente a la papelera. Esta campaña de acoso, unida a los malos resultados de Vox el 23-J, ha abierto una fuga que difícilmente va a poder contener Santiago Abascal.
La retirada de Espinosa de los Monteros, el hombre fuerte en el Congreso, va en esta dirección e inflige un enorme daño a los ultraderechistas. En este contexto, unas nuevas elecciones son como una moneda al aire y un riesgo para todos. Para Sánchez también, no solo para Feijóo, para Junts o para Esquerra. Querer convencerse de lo contrario es un error por más que el dirigente socialista sea un jugador nato y no tema al riesgo electoral.