Durante dos días, sábado y domingo, el PSC ha celebrado su XV Congreso, organizado con antelación a la convocatoria de las elecciones catalanas del próximo 12 de mayo, y que ha sido aprovechado para proceder a la reelección de Salvador Illa como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat. La presencia, con 24 horas de diferencia, de José Luis Rodríguez Zapatero y de Pedro Sánchez en el cónclave de los socialistas catalanes ha dejado la imagen de un presidente del Gobierno aparentemente cansado y sobrepasado. Muy diferente a visitas anteriores a Barcelona o a la capacidad comunicativa de Zapatero.

Pero más allá de los intríngulis propios del congreso y de los cambios que se han producido en la dirección del PSC, que han podido leer en varias informaciones publicadas en este periódico durante el fin de semana, quiero destacar algo que me ha llamado la atención, no en el escenario, sino en el patio de butacas, allí donde se sentaban no solo los delegados y el establishment de la familia socialista, sino los invitados. Ofrecía una imagen imposible de ver, por ejemplo, en Madrid. Y un ejemplo de tolerancia, más allá de las lógicas discrepancias entre formaciones políticas rivales, muchas veces intensas pero sin escalar al ambiente irrespirable de la capital de España.

Allí estaban sentados, en las primeras filas, todo el arco parlamentario de la derecha y de la izquierda, así como las formaciones independentistas. El sábado, en la jornada de inauguración, habían estado representantes del Partido Popular y de Ciudadanos; y este domingo de Esquerra Republicana, Junts per Catalunya y de los comunes. Solo Vox y la CUP no se han pasado por el Palau de Congressos. Claro que las relaciones políticas no son las del siglo pasado, en que se hablaba del oasis catalán, o de la primera década del XXI. Pero tampoco es la de hace unos años, cuando la tensión era palpable y las fronteras entre las organizaciones independentistas y españolistas, verdaderos fosos sin diálogo posible.

Después del 12 de mayo habrá que alcanzar consensos para gobernar y trazar un clima de diálogo con la oposición

Encarar las próximas elecciones catalanas con esta actitud es, sin duda, una buena noticia. Sobre todo porque después del 12 de mayo habrá que alcanzar consensos para gobernar y trazar un clima de diálogo con la oposición. Gobierne quien gobierne. El país necesitará de consensos para sacar adelante proyectos que o duermen en el limbo o no han tenido la energía suficiente para ser hoy una realidad. También necesitará que los partidos que han apoyado la ley de amnistía en Madrid sean consecuentes en sus posicionamientos políticos en Catalunya y que sean refractarios a la manipulación que se intente desde la judicatura. El retorno a la política tiene que ser amplio y con todas las consecuencias.