Ha fallecido a la edad de 82 años José Antonio Ardanza, presidente del gobierno vasco entre 1985 y 1999, político cabal y lehendakari en una de las etapas más violentas de la banda terrorista ETA. Bajo su presidencia se contabilizaron más de 300 asesinatos, algo que siempre reconoció como la mayor carga que había tenido que llevar a sus espaldas. Moderado, dialogante, constructor de puentes para acabar con el conflicto vasco, puso en marcha el llamado acuerdo para la normalización y pacificación de Euskadi, conocido coloquialmente como el Pacto de Ajuria Enea, ya que se firmó en 1988 en la sede del gobierno vasco en Vitoria y se sumaron desde la derecha de Alianza Popular, el CDS y el PSE, los tres principales partidos españoles, hasta el PNV, Euskadiko Esquerra (EE) y Eusko Alkartasuna (EA), que representaban todas las sensibilidades nacionalistas del momento. El objetivo era trabajar por la erradicación del terrorismo de ETA, algo que tardaría más de dos décadas en producirse.

Aún hoy conserva el privilegio de ser el lehendakari con más años al frente del gobierno vasco, y eso que tuvo que esperar a dejar el cargo y que transcurriera un cierto tiempo para que se le reconociera su legado. En aquellos años, tuve oportunidad de conversar en varias ocasiones en Vitoria y en Barcelona, y pese a que consiguió cicatrizar con éxito la ruptura que supuso en el nacionalismo vasco la marcha del lehendakari Carlos Garaikoetxea del PNV y que creara un nuevo partido, Eusko Alkartasuna, siempre se tendió a infravalorar su papel. Quizás, porque el todopoderoso Xabier Arzalluz no dejaba espacio para que otros brillaran como se merecía. O quizás, porque Ardanza no necesitaba ni focos ni declaraciones estridentes para asentar posiciones que rápidamente eran mayoritarias.

Recuerdo perfectamente que en aquel ranking del momento de presidentes de comunidades autónomas, Jordi Pujol era, para bien o para mal, el político. Mientras que a Ardanza se le encasillaba en el mundo de la gestión, que muchas veces era una manera de decir sin decirlo, erróneamente, que era un político gris. En los discursos, Pujol era el brillante; Ardanza tenía un punto más de aburrido. Al primero le gustaban los focos; el segundo no tenía el mismo interés. En parte, porque el PNV tiene muy bien repartidos los papeles entre el presidente del Euzkadi Buru Batzar, el máximo dirigente del partido, y el presidente del gobierno vasco, primer cargo institucional. Una fórmula que en Catalunya no ha existido nunca y de la que han huido todos los partidos que siempre han unificado ambos papeles. El primer ensayo de esta bicefalia la ha intentado Esquerra más recientemente, entre Junqueras y Aragonès, sin tiempo suficiente para una evaluación en profundidad, pero con carencias para ser comparables.

Ardanza no necesitaba ni focos ni declaraciones estridentes para asentar posiciones que rápidamente eran mayoritarias

Su libro Pasión por Euskadi, presentado en 2011, es un compendio de su carrera política y su manera de entender el compromiso público. También fue una manera de poner negro sobre blanco un cierto déficit que hay en la política de dejar unas vivencias en primera persona. Ardanza lo justificó señalando que los vascos siempre habían sido muy renuentes a escribir, y que por eso su historia la habían escrito otros. Especialmente clarificador es su sorpresa cuando le propusieron sustituir a Garaikoetxea, que relata así: "No podía creer que fuera yo, José Antonio Ardanza, la persona en la que se habían fijado para ser lehendakari. Me parecía imposible que hubieran dejado caer sobre mí semejante responsabilidad. Era lo más parecido a una pesadilla".

Y su experiencia como artífice del primer gobierno de coalición entre PNV y PSE, lo que con los años se ha convertido en un clásico de la política vasca. "Yo no quería ser el lehendakari de una coalición con los socialistas: sabía que iba a suscitar fuertes críticas en sectores nacionalistas, incluso dentro de mi propio partido, y me temía que nadie iba a salir en su defensa. Por ello quise provocar el debate. Xabier Arzalluz, sin embargo, defendió con vehemencia que un partido nunca debía aceptar voluntariamente su paso a la oposición, y pidió el apoyo al acuerdo con los socialistas".  Y, en plena campaña electoral para las elecciones del 21 de abril en el País Vasco, allí se sigue viendo igual.