El acuerdo que acaban de anunciar Pablo Iglesias y Alberto Garzón supone, en la práctica, la patada más grande que se le ha dado al mapa electoral existente en España desde el inicio de la transición. Por primera vez, no es seguro que Partido Popular y Partido Socialista ocupen con certeza la primera o la segunda posición en los comicios del 26 de junio. Los conservadores españoles sí estarán en uno de estos dos lugares. Si atendemos a los sondeos, en el primero. Pero en cambio el PSOE corre un serio riesgo de quedar en tercera posición, al menos en votos y quien sabe si en escaños. Podemos e Izquierda Unida han cerrado un acuerdo que era previsible y que hace más incomprensible aún el esquema negociador del PSOE durante todos estos meses, comprometiendo una alianza con Ciudadanos que no le llevaba a ningún sitio y descartando tanto la alianza con el PP como con la formación morada de Iglesias.

La última encuesta conocida, la del CIS presentada la semana pasada, ya hablaba del más que posible sorpasso. Vamos a asistir, en consecuencia, a una campaña en parte nueva y que se vislumbra enormemente bipolarizada. Un escenario que a priori no perjudica al Partido Popular ya que podrá predicar por la geografía española todos los espantos que sea capaz de imaginar de un gobierno de la izquierda-izquierda. En buena lógica, este esquema de fuerte polarización restará expectativas a Ciudadanos en muchas de las provincias en que el número de diputados a escoger oscila entre tres y cinco. Temerosa de esta situación, la formación de Albert Rivera ha descartado cualquier posibilidad de hacer presidente a Mariano Rajoy tras el 26-J y ha invitado a los populares a empezar a buscar un recambio en sus propias filas.

El acuerdo entre Podemos e Izquierda Unida supone también, por parte de ambos partidos, desprenderse de la pátina de pureza que ambas formaciones querían representar respecto al resto de partidos. El primero, como representante de la nueva política que decía encarnar unas maneras de hacer diferentes, y el segundo, preservando la independencia de un espacio electoral propio que viene de muy lejos. La formación morada acepta una serie de condiciones del partido histórico de la izquierda y todo -o casi todo- queda sacrificado en aras un resultado mejor. Cosa que se entiende fácilmente y que antes han hecho muchos otros. Pero que también limita algunas de las lecciones que puedan dar a los partidos de siempre.