Tan acostumbrados nos tenía Pablo Iglesias a presentarse a todas las reuniones, por importantes que fueran, en mangas de camisa o, más recientemente, con un jersey, que el líder de Podemos había roto incluso con aquel cliché, antiguo para unos, respetuoso para otros, de que a las audiencias con el Jefe del Estado había que acudir con una determinada vestimenta. A Iglesias le hemos visto en las dos rondas de conversaciones que ha mantenido Felipe VI con los representantes de los partidos en la Zarzuela con la misma indumentaria: camisa (blanca en una ocasión, negra en otra) con las mangas arremangadas y unos tejanos. La estética era el mensaje. Acostumbrados como estamos aquí en Catalunya a las camisetas de la CUP, alguien podría incluso confundirlos. ¡Cuidado! En el caso de los cuperos, la coherencia es el mensaje, no la estética.

Ver a Pablo Iglesias en la gala de los Premios Goya con esmoquin y pajarita (mal colocada) sólo cabe interpretarlo como un gesto desmedido en su afán de protagonismo allá dónde quiera que vaya. No es que rehúya el traje y la corbata, sino que es capaz de acudir a una gala de cine con esmoquin y pajarita si sabe que eso le convertirá en la estrella de todas las imágenes. El pobre Pedro Sánchez acude informalmente sin corbata para dar una imagen de modernidad, justo el día que Iglesias le roba el protagonismo con su pajarita. Hay quien ha querido ver en el gesto de Iglesias un guiño a los bailes de carnaval que se celebraban esa misma noche. Nada de eso: es tan solo que por la estética muere el pez.