Aún no ha empezado el diálogo entre el gobierno español y el catalán que ya se han enzarzado en un debate que no es menor: la necesidad o no de un mediador. Lo defiende el Parlament de Catalunya a través de una moción aprobada por Junts per Catalunya, Esquerra y la CUP, con la abstención de los comunes, y se opone a una figura como ésta el presidente Pedro Sánchez.

La cuestión no es baladí y no tanto por lo que tiene de reconocimiento del conflicto, ya que eso quedó escrito en el documento para la investidura de Sánchez suscrito entre el PSOE y ERC. La importancia reside, igual que sucedió hace un año con la también fracasada figura del relator, en que los compromisos que cada parte va asumiendo quedan registrados y que es mucho más difícil, de hecho imposible, explicar una cosa dentro y otra fuera. Es, por tanto, una manera de estirar la negociación y forzar a las partes a un acuerdo. En este caso, en que la parte catalana solo puede avanzar a partir de compromisos firmes y cesiones del Gobierno español, parece razonable que ella lo defienda, ya que si no es ahora, más adelante acabará necesitándolo.

Y en este punto estamos cuando solo ha habido la reunión de presidentes del pasado jueves, de la que lo máximo que se puede decir es que fue institucionalmente muy correcta y como no se esperaban resultados, el balance no quedó por debajo de lo esperado. Eso sí, con un lenguaje contenido y sin aristas para no cerrar puertas antes de hora. Supongo que Sánchez abandonó Barcelona satisfecho. Gozó de minutos en prime time en todas las televisiones y medios de comunicación, algo que sin duda le viene bien al PSC y a su gobierno “de progreso”.

Todo, sin duda, mucho más civilizado que la política de tierra quemada que practica permanentemente Ciudadanos, cuya última excentricidad es querer llevar a los tribunales la mesa de diálogo. Es posible, incluso, que la iniciativa pueda figurar en el libro de los récords Guinness. ¡Una mesa de diálogo en los tribunales! Vivir para ver.