"Para muchos, al fútbol se juega con los pies. Para mí, se juega con la cabeza utilizando los pies". La frase es de Johan Cruyff, que este domingo hubiera cumplido 74 años si no hubiera muerto tan prematuramente de un cáncer, y viene como anillo al dedo para entender la evolución de un equipo desahuciado a media temporada y que, después de la victoria de este domingo en el difícil campo del Villareal, tiene por primera vez serias opciones de llevarse el campeonato nacional de liga. A Jorge Valdano se le atribuye otra frase también célebre: "el futbol es un estado de ánimo". Y no puede ser más cierta. El retorno de Joan Laporta ha dado alas a un equipo que necesitaba un empujón y que lo ha encontrado de la mano de un técnico que se ha ganado la renovación como es Ronald Koeman, y de un presidente que sabe mejor que nadie qué resortes tocar para motivar a la plantilla.

El Barça se ha metido de lleno en la disputa del campeonato de liga, cuando en Navidad el objetivo real era tan modesto como asegurarse un puesto en la próxima edición de la Champions. Y hace una semana ganó la Copa del Rey, un torneo menor, pero que contribuyó a mejorar la autoestima de una plantilla que con Leo Messi de capitán aún no había ganado ningún trofeo. A falta de cinco jornadas —al Barça le restan seis encuentros, uno más que a sus rivales— el campeonato se le ha puesto más de cara que nunca y depende únicamente de sus resultados. Algo que parecía imposible hace un mes cuando Laporta accedió a la presidencia.

Tan o más importante que el resultado es que el Barça parece haber encontrado aquel punto de mínima tranquilidad para mirar con perspectiva los próximos años, en los que deberá combinar un equipo competitivo —y ahí entran la renovación de Messi y los posibles fichajes— con la delicada situación económica del club que ha heredado Laporta, consecuencia de una pésima gestión de la directiva capitaneada por Josep Maria Bartomeu. Nunca en la historia reciente del club la carpeta económica ha tenido tanto peso y las dificultades para superar la situación y la deuda pendiente, habían sido tan difíciles.

Se entiende perfectamente que en estas circunstancias el Barça se haya agarrado a un clavo hirviendo como era la Superliga y que, después de la desbandada que se ha producido, es más una idea que un proyecto. No habrá Superliga —al menos a corto plazo— pero el Barça tendrá la obligación de seguir buscando ingresos fuera de los caminos habituales si no quiere que su economía colapse, poder mantener su propio modelo de club en manos de los socios, y evitar que los grandes clubs del continente —casi todos ellos sociedades anónimas—, le acaben sacando una ventaja del todo irrecuperable.