Con la elección de Salvador Illa como primer secretario del PSC en sustitución de Miquel Iceta, los socialistas catalanes cierran una etapa de largo recorrido del actual ministro de Cultura al frente de los socialistas catalanes. Iceta, que fue una solución de emergencia tras la fracasada etapa de Pere Navarro (2011-2015), que a su vez había sustituido a José Montilla tras su derrota en las elecciones catalanas frente a Artur Mas, tiene en su haber evitado la desaparición del partido tras el súbito crecimiento de Ciudadanos de la mano de Albert Rivera e Inés Arrimadas. Es cierto que lo hizo con un volantazo que en muchos aspectos hace irreconocible el partido, pero le entrega a Illa una organización mejor que la que recibió y esto en política no es una cosa menor.

Para ser del todo precisos, aunque el cambio en la primera secretaría se ha oficializado este domingo, Illa ya comandaba la organización al menos desde que aceptó el envite de concurrir a las elecciones catalanas del pasado 14 de febrero. El resultado electoral certificó su liderazgo y lo convirtió, seguramente junto a Oriol Junqueras, en el político menos cuestionado en su organización y con mayor capacidad en la toma de decisiones. Sería también, obviamente, el caso de Carles Puigdemont si hubiera aceptado una presidencia de Junts per Catalunya efectiva a la hora de comandar la organización, pero el president en el exilio hace tiempo que priorizó el Consell per la República y delegó en Jordi Sànchez el día a día del partido.

Illa, que proviene de la secretaría de organización, responde al esquema de dirigentes socialistas anteriores: un partido fuerte y cohesionado sin grandes discusiones estratégicas e ideológicas. Cuando las cosas van bien, seguir la inercia y no complicarse la vida, y es bastante obvio que el poder que tienen actualmente los socialistas catalanes es muy importante: ayuntamientos, diputación de Barcelona, ministerios y un largo entramado en Catalunya derivado de la cuota correspondiente del Gobierno de España y primera posición en el Parlament de Catalunya, que aunque en la práctica le sirve de bastante poco, le permite lucir el resultado y una relación preferente con las moderadas élites empresariales catalanas.

El horizonte de Illa aparece así despejado y asentado una vez acabe de digerir la desaparición de Ciudadanos, cosa que pasará a nivel local después de las próximas municipales. En este período, Illa tendrá que decidir qué carta política quiere jugar y a cuál de los antiguos dirigentes del PSC quiere imitar: Narcís Serra, Pasqual Maragall o Raimon Obiols. Las puertas para ser José Montilla las tiene cerradas, ya que, como ha comprobado en las elecciones del 14 de febrero, la victoria en las urnas no lo conduce al Palau de la Generalitat porque la mayoría independentista parece asegurada. El manido tripartito es imposible de armar, ya que mientras el PSC gane la presidencia no la regalará y si le adelanta Esquerra tampoco será tan fácil.

De ahí la opción de Barcelona, que Illa siempre niega que sea tentadora y atractiva al mismo tiempo. La frialdad del PSC ante este tipo de decisiones no permite ser categórico, como se vio con la retirada de Iceta en el último momento. Lo cierto es que Illa tiene desde este domingo la autoridad para tomar cualquier decisión. Y eso, en política, lo es todo.