El retorno del rey fugado a España, su estancia prevista en Galicia y en Madrid, y el tratamiento que está recibiendo de buena parte de los medios de comunicación han convertido lo que tenía que haber sido una visita privada en toda una campaña de imagen de la monarquía para intentar blanquear su figura. Horas y horas de cobertura televisiva del emérito —también en ello ha entrado TV3— que dejan un regusto de una España en blanco y negro con el aplauso de unos pocos centenares de personas, acaban compitiendo, cuando no ganando, en espacio e importancia a una historia de corrupción continuada en la jefatura del Estado.

Juan Carlos I no es, en estos momentos, el monarca que saluda feliz y satisfecho por estos aplausos que recibe, sino un rey desnudo que no ha dado ninguna explicación de su fraude fiscal, ni de sus fondos en paraísos fiscales, ni de las comisiones millonarias cobradas por intermediar en diferentes negocios. Si se pierde esto de vista, se está dando la razón a aquellos que sostienen desde una posición hoy insostenible, que lo mejor es en estos momentos pelillos a la mar, ya que los servicios que ha prestado el emérito le hacen merecedor de un trato diferente. Esta visión miope de la historia olvida que mientras él pasea estos días por Sanxenxo con absoluta libertad, entre el aplauso de la España del NO-DO, los políticos independentistas exiliados no pueden regresar a sus casas porque serían detenidos.

Habrá quien diga que es cosa de la justicia y tendrá razón: de la justicia española. Porque la justicia europea no concederá nunca las euroórdenes de extradición pedidas por el Tribunal Supremo, de los independentistas catalanes. En cambio, si el caso del emérito se hubiera visto en un procedimiento judicial lejos de Madrid a buen seguro no hubiera salido tan bien librado y su situación procesal será bien diferente. 

Aunque quedará para la historia el vergonzoso papel del PSOE en este retorno, llama poderosamente la atención la facilidad de los ex a la hora de criticar el montaje que se ha realizado, frente al silencio de los que aún ocupan cargo alguno. Así, Carmen Calvo, exvicepresidenta y la persona que desde Moncloa gestionó su huida, a escondidas, en agosto de 2020, hacia los Emiratos Árabes Unidos, ha señalado en un tuit: Hoy suben las temperaturas en todo el país, gran bochorno en Sanxenxo. Pablo Iglesias, que también formaba parte de aquel Consejo de Ministros cuando Juan Carlos emprendió el exilio, ha hablado de una humillación a la dignidad de nuestra democracia. A los sustitutos de Calvo e Iglesias casi no les hemos oído y mucho menos en este tono. De hecho, en el Gobierno reina un preocupante silencio. Una vez más se confirma aquel refrán que en catalán dice Qui té el cul llogat, no seu quan vol (que podríamos traducir por quien tiene el culo alquilado, no se sienta cuando quiere).

Quizás por los excepcionales calores de este insólito mes de mayo, una gran mayoría de los medios españoles se asemejan más a boletines monárquicos que a medios de comunicación. Mientras la prensa extranjera considera espeluznante cómo ha podido regresar Juan Carlos I a España sin dar ninguna explicación y para poder disfrutar de una regata —el Bribón vuelve a competir en Sanxenxo—, la España oficial de este 20 de mayo es la del regreso del rey emérito, el congreso del PP de Madrid con la coronación de Isabel Díaz Ayuso, y los espionajes al independentismo. Todo atado, al menos, lo suficiente para que el locutor Carlos Herrera pueda decir en una de las radios líderes españolas que el emérito estaba siendo víctima del populismo.