La impúdica campaña de la junta directiva para forzar la marcha de Leo Messi del club, hacer caja con su traspaso y revertir los números rojos de la última temporada ha tenido la respuesta del astro argentino: el jugador más grande de la centenaria historia del club ha enviado este martes un burofax a la entidad expresando su deseo de dejar el Fútbol Club Barcelona. Josep Maria Bartomeu, que heredó un club en la cumbre del deporte mundial, con un patrón de juego identificable y envidiable en el mundo del fútbol gracias a Cruyff y Guardiola, con el mejor jugador del planeta en su equipo y rodeado con una legión inigualable de estrellas, se lo ha fundido todo en unas pocas temporadas. Las de una presidencia plagada de errores, empeñado en cambiar el ADN del barcelonismo y obsesionado en dividir entre favorables y detractores más que en sumar y escuchar a los viejos del lugar.

Ya no se trata de cuánto va a ingresar el Barça por Messi, ni de cuánto tiempo va a costar volver a tener un equipo competitivo, que eso muchas veces es fruto de factores impredecibles; eso hoy, en este día triste del barcelonismo, por importante que sea, es del todo secundario. Solo hay una cosa importante en estos momentos: forzar la dimisión de Bartomeu y de su junta directiva. Sacarlos a todos ante el estropicio realizado e intentar salvar el club con una nueva junta directiva. Hoy mejor que mañana. El presidente no puede, no debe, llegar a marzo, que es cuando quiere convocar elecciones, por el bien de la entidad.

Bartomeu ya no será el presidente que siente las bases del nuevo estadio, como pretendía y ambicionaba. Será el presidente que habrá facilitado con su desdén y con una irresponsable protección mediática sin parangón que el mejor jugador del mundo haga las maletas harto de mentiras y de que la directiva malgaste dinero en campañas de difamación en su contra y de otros jugadores a través de la empresa I3 Ventures. La Covid-19 y el cierre del estadio para los partidos de fútbol no pueden seguir tapando el enorme malestar de la afición, como se evidenció a las pocas horas del anuncio de Messi a las puertas del estadio. Es necesario que el barcelonismo encuentre con urgencia la manera de responder adecuadamente a una crisis sin parangón.

Cuando el Barça comunicó por teléfono hace unos pocos días a Luis Suárez que no contaba con él y que buscara ofertas, es evidente que la estrategia perseguía un objetivo de caza aún más importante que la del jugador uruguayo: presionar a Messi para que adoptara una decisión como la que ha llevado a cabo, privándole de su aliado más importante en el terreno de juego. El Barça ha estallado y es un club a la deriva. No hay un minuto que perder.