"Sentí vergüenza y tristeza porque no me recibió ni la dirección". Con un aire entre compungido y ofendido, Pedro Sánchez ha explicado a sus amigos del programa El rojo vivo de la Sexta como fue su visita al Hospital de Sant Pau de Barcelona. Bueno, en realidad no les ha explicado su visita ya que, en el fondo, lo relevante no fue el papel de la dirección del hospital que entendió que era una visita privada, sino que de una manera improvisada el personal del centro sanitario se congregó a su paso para gritar Llibertat presos polítics en una secuencia que, seguramente, ni esperaba, ni olvidará. No fueron activistas enviados ni por el president Torra, ni por la consellera de Salut, Alba Vergés. Fueron ciudadanos anónimos que consideran una ofensa y una gran injusticia la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes independentistas. Así de sencillo es, por más que a veces el relato tal como es no gusta de escuchar.

La sociedad catalana, una parte muy significativa y transversal, que va más allá del independentismo, ha rechazado la sentencia del Supremo. Lo han hecho partidos, sindicatos, ayuntamientos -no uno, ni dos sino más del 85%, empezando por el de Barcelona- colegios profesionales, universidades, el mundo del deporte, de la cultura, intelectuales y así muchos sectores de la sociedad. Eso, ni lo quiere escuchar Pedro Sánchez, ni seguramente tiene ganas de oírlo. Es más fácil vivir en un mundo de fantasías, en el que te piensas que el personal de un hospital que grita Llibertat presos polítics ha sido movilizado por la Generalitat, que hacer frente a la realidad.

Y es que la tozudez catalana tiene muchas maneras de expresarse, pero se activa siempre por el mismo motivo: cuando percibe que su dignidad está siendo pisoteada. Este sábado, las entidades soberanistas, Òmnium y ANC, han vuelto a convocar una nueva movilización, que pretende ser multitudinaria, contra la sentencia del Tribunal Supremo, bajo un único lema: Llibertat. No es por la independencia, como las del 11 de Setembre, sino por la libertad de los presos políticos. La semana pasada, el viernes, ya se produjeron las denominadas Marxes per la llibertat, que arrancaron de cinco puntos diferentes de Catalunya y confluyeron en Barcelona. La Guàrdia Urbana las cifró en 550.000 personas, un número que se consideró bajo por la movilización que se produjo. Pero más allá de la cifra exacta, ya se visualizó la dimensión de la protesta ciudadana y el enorme enojo de la ciudadanía.

Porque, al final, movilizar a cientos de miles de personas una y otra vez, en este caso con una pequeña diferencia de ocho días, es un test de estrés al alcance de muy pocas entidades y lógicamente solo en situaciones de excepcionalidad, como la que vive Catalunya. Sánchez debería ser el primero en verlo, ya que lo tiene una y otra vez delante suyo. Quizás si le cogiera el teléfono al president Torra, asumiera su papel de presidente del Gobierno y no llevara únicamente el mono de candidato, y dejara de hacer electoralismo, entendería la irritación de la sociedad catalana. Y además rompería su desconexión con la realidad.