Si hay algo que es marca de la casa estos últimos años en el Futbol Club Barcelona es el desprecio de la presidencia con el socio, el aficionado y la legión de barcelonistas que existen en el planeta. Solo desde el desdén más absoluto -unido al pánico que debe de producir no tener ninguna explicación plausible- se puede explicar que más de 24 horas después de que Leo Messi haya anunciado su deseo de abandonar el club en el que ha jugado toda la vida, Josep Maria Bartomeu mantenga silencio.

No soy capaz de imaginarme una situación informativa similar ante un bombazo informativo que ha trastocado los medios de comunicación de todo el mundo y que ha hecho un enorme daño reputacional a la marca de la entidad. El Barça es hoy un club devaluado que si cotizara en bolsa sus acciones se hubieran desplomado haciendo más difícil la continuidad de los responsables. Aquí, en cambio, la junta directiva se escuda detrás de la pandemia del coronavirus y de un estadio cerrado a la afición para simplemente hacer algo tan sencillo, aunque tan difícil, como dar la cara.

Veinticuatro horas después de la noticia sabemos, al menos, tres cosas: que Bartomeu sigue agarrado al sillón sin dar muestras reales de tener en el horizonte inmediato su dimisión; que Messi se va por una desconfianza irreversible con el presidente, ya que se siente engañado; y que la asamblea de compromisarios del mes de octubre se presenta ya como la gran batalla para forzar la marcha de la junta directiva tumbando las cuentas que se presentarán. El camino de la asamblea se considera más rápido que el de la moción de censura -una vía que, hoy por hoy, podría prosperar- que obligaría, caso de salir adelante, a cumplir unos plazos de calendario que adelantaría tan solo unas semanas las elecciones previstas para marzo.

Una encuesta realizada por este diario nada más se supo que el jugador había comunicado al club que pensaba dejarlo, es contundente: casi el 90% de los que la han contestado consideran que la marcha de Messi es culpa de Bartomeu. El propio jugador, a través de uno de sus portavoces, ha comentado al diario argentino La Nación el dolor de su decisión: "Me duele en el alma, pero ya está. Se cumplió el ciclo". Llegó con 13 años a La Masia, le ha dado al club una dimensión mundial impensable, no se quería ir y lo hemos perdido. ¿Qué más hace falta para abandonar?