Hay dos maneras de ver los deportes: los partidos de equipo, en los que uno se siente aficionado de unos colores determinados; y los individuales, donde lo único que cuenta es el esfuerzo de cada deportista, su empatía en una cancha de juego, su capacidad de superar adversidades, de llegar a la cima, de ser un número uno en alguna disciplina. Así, uno puede ser del Barça, de Marc Márquez y de Roger Federer; y otro puede ser del Barça, de Fernando Alonso y de Rafa Nadal.

De la primera disciplina, las de equipo, uno nace y muere sintiendo los mismos colores. Alegrándose por sus victorias y enfadándose por sus derrotas. El sentimiento culé, además, lleva asociado, por lo general, una fobia al Madrid, una sensación que es recíproca y que solo es entendible por los que viven el deporte como una rivalidad sin fronteras. Últimamente, el barcelonismo ha acogido como lo más próximo a un club hermano al Manchester City, repleto de blaugranas de corazón como son Pep Guardiola, Ferran Soriano y Txiki Begiristain, y que además ha creado una cuenta de Twitter en catalán.

En los deportes individuales, como el ciclismo, el automovilismo, el tenis o la Fórmula 1, uno suele disfrutar en la pasión por la perfección y, de vez en cuando, en asistir al nacimiento de una figura fulgurante, con serias opciones de marcar una época y convertirse en una estrella planetaria. El éxito de este domingo del murciano Carlos Alcaraz, 20 años, en la final de Wimbledon frente al todopoderosísimo Novak Djokovic —36 años, 94 títulos y 23 Grand Slams, una plusmarca histórica— no es fruto de la casualidad. Es su segundo Grand Slam tras el alcanzado en el Abierto de Estados Unidos el pasado mes de agosto y ocupa la posición número 1 de la ATP.

Alcaraz está llamado a marcar una época y sustituir en la élite tenística a Rafa Nadal —22 Grand Slams y 36 títulos Masters 1000— si las lesiones le respetan. Su victoria después de cinco apasionantes sets frente a Djokovic ha sido todo un espectáculo e impropia de un jugador que acaba de cumplir 20 años. Su fuerza mental es chocante en un deportista tan joven al que se le supone sobre todo fuerza física a raudales. Djokovic no pudo con el murciano, sobre todo, porque en los momentos decisivos del partido fue más fuerte que él. Y eso, en estos niveles de exigencia y ante un deportista que su principal fortaleza es el dominio de los tiempos en un partido, es algo extraordinario.