Hace poco más de una semana Ernesto Valverde renovaba dos temporadas con el Barça. Lo hacía con el aval de una parte de la secretaría técnica, de ciertos dirigentes de peso y, sobre todo, de la totalidad de la plantilla.

Los pesos pesados se han encargado de dejar patente públicamente que confían en el entrenador y este también ha devuelto las muestras de afecto desde la sala de prensa. Que Valverde agradezca verbalmente el apoyo de sus futbolistas está bien, pero que lo haga a la hora de confeccionar las alineaciones es más discutible.

El juego del Barça es irregular y algunas piezas del once no encajan, pero ninguno de estos problemas es tan palpable como el más evidente: el equipo se ha establecido en una zona de confort y no parece que vaya a salir de ella.

En un partido que precidirá dos clásicos, Suárez ha vuelto a ser titular. También lo han sido Ivan Rakitic, que estaba apercibido y acumula muchos minutos en las piernas; y Samuel Umtiti, que no jugaba desde el mes de noviembre. El caso más flagrante, sin embargo, ha sido el de Arturo Vidal, que se ha impuesto a jugadores como Sergi Roberto o Carles Aleñá a pesar de demostrar que no tiene la calidad necesaria para jugar en la medular del Barça.

En el fútbol, como en otros aspectos de la vida, hay que renovarse o morir. Es hora de asumir que hay jugadores que necesitan descanso aunque ellos lo quieran jugar todo. Que se enfaden o no es -o debería ser- intranscendente.

En el Sánchez Pizjuán Valverde ha demostrado que es un entrenador valiente. En el descanso, y viendo que su planteamiento no funcionaba, ha hecho un doble cambio ganador. Ahora que llega el tramo clave de la temporada, sin embargo, es hora de dejar patente que no tiene miedo de gestionar los egos de un vestuario como el del Barça.