Un enorme PSG fue un torbellino que envolvió al Barça como quiso. Le dio la vuelta de tal forma que no parecía el Barça. Lo puso boca abajo y también boca arriba, le dio por los lados y también por el centro. Fue tal el meneo que seguramente los franceses hablarán de un partido inolvidable o de una corrida espectacular e histórica. Y fue tal el baño que para los culés seguro que el partido resultó humillante, el marcador escandaloso y más de uno puede que haya dejado de estar enamorado de un Barça sin reacción, desconocido y lejos de aquel equipo cautivador que apasionaba. Fue un Barça pequeño que recibió una lección cruel, despiadada, pero merecida.

El 4-0 fue justo. Algún día tenía que suceder. Se veía venir. Sólo faltaba que uno de los equipos grandes tuviera acierto, creyera en la victoria y dejara de tener tanto respeto a los blaugrana. El PSG apareció en el camino de los octavos de la Champions y aplicó al Barça una derrota sangrante, en la que el equipo blaugrana decepcionó como nunca en los últimos años lo había hecho.

Un equipo sin identidad

La noche fue dura y cruel para el equipo catalán que ha ido jugando toda la temporada con fuego. Es un conjunto perdido que a veces gana en función del acierto de Messi, Luis Suárez o Neymar. Un equipo que ha perdido identidad, que no tiene el balón y en el que el mediocampo ha desaparecido completamente para organizar el juego.

Me duele repetirlo, pero a este Barça le han tomado la medida. Ya no asusta. Ya no da miedo. Y cualquier entrenador que estudie un poco, no hace falta un Pep Guardiola, ha encontrado la fórmula no sólo para desequilibrarlo sino también para desnudarlo.

El Barça era el Alavés

Todo lo hizo bien el PSG. Salió con el balón dominado, jugando al primer toque, abriendo a las puntas, encontrando fisuras en la línea defensiva blaugrana. Cogió los rebotes y halló grietas por todos lados menos por la portería bien defendida por Ter Stegen. En realidad, el PSG parecía el Barça, y el equipo de Luis Enrique, el Alavés del pasado sábado.

Por momentos daba la sensación que el PSG jugaba con uno o dos de más. Hubo jugadores en esa primera parte de ensueño del PSG que quizás tocaron sólo una o dos veces el balón. Le sobró al Barça calma y paciencia. Careció de agresividad y también de intención. Pero la falta de ritmo y de velocidad superó todas las otras dos carencias. Ni un tiro a portería y la única ocasión de peligro cayó en los pies de André Gomes, un hombre que no mete miedo a nadie. No hay color entre él y Rakitic.

En el Barça sólo destacaban dos jugadores: Ter Stegen por evitar un par de goles y Neymar porque era el único que buscaba el uno contra uno y, además, desbordaba. Todo un triste balance para un equipo que en París no tuvo opción de respuesta, fue ahogado por un PSG que buscaba un resultado para completar su explosión en Europa. Y qué mejor que golear a este Barça, qué mejor que hacerlo de forma cruel, sangrante, dejando al Barça prácticamente fuera de la Champions u obligándolo a una gesta en el partido de vuelta que por lo visto en París resulta imposible de creer.