Gerard Piqué puede caer bien o mal, pero lo qué es innegable es que da mucho juego a la afición, los periodistas, e incluso los entrenadores.

Este jueves el central blaugrana aprovechó su visita a La resistencia, un programa de cariz claramente humorístico, para encender la mecha: "En patrimonio tengo más presupuesto que el Espanyol", dijo. Las declaraciones probablemente fueron desafortunadas, pero después de ver la primera parte que este sábado han perpetrado el Barça y el Espanyol, quizás deberíamos agradecérselas.

Consciente o inconscientemente, Piqué, con su prepotencia, dio un poco de vida a una rivalidad que con el paso de los años se ha ido apagando. La distancia sideral que separa las realidades de Barça y Espanyol ha provocado que los blaugrana no consideren a su rival ciudadano como un enemigo digno. La entidad perica, además, sólo ha ofrecido cierta resistencia en Cornellà El-Prat, tal como demuestra el hecho que sume una década de decepciones en el Camp Nou.

En un mundo donde el fútbol cada vez es más global, sólo un jugador criado en Barcelona y entrenado en La Masia puede entender qué supone jugar un Barça-Espanyol. Si no fuera por personajes como él, un producto local como el derbi tendría el mismo valor en China que aquí.