Llegó al Barça de la misma manera que se va: con lágrimas en los ojos. Andrés Iniesta Luján se despide del club de su vida después de 22 años. Barcelona lo ha visto crecer, enamorarse, casarse y tener tres hijos. Y por el camino ha disfrutado de su fútbol. Tan irrepetible como mágico.

Con Iniesta se marcha una parte del escudo. El trozo que ha brillado con más fuerza que nunca desde que Louis Van Gaal le hizo debutar con el número 34 en la espalda en un partido de Champions League. Poca gente podía pensar que aquel mediocampista pequeño y de piel blanca se convertiría en una pieza estructural del mejor equipo del mundo.

Sólo tenía 12 años cuando cambió su casa de Fuentealbilla por la habitación de La Masia. Los inicios, lejos de la familia, fueron muy complicados. Pero su persistencia le hizo persistir en el sueño de triunfar en el Camp Nou, un estadio que podía ver cada día por la ventana.

Se aferró tan fuerte a la oportunidad que no la dejó escapar. El club pasaba por uno de sus momentos más bajos y la afición tenía que ver las celebraciones de los títulos a través de vídeos para conservar vivo el recuerdo. El Barça pulía, poco a poco, su diamante. Con Frank Rijkaard cambió el 24 por el 8 y estalló bajo las órdenes de Pep Guardiola.

El verano del 2008, con la Eurocopa bajo el brazo, se convirtió en el palo de la bandera de un Barça que puso de acuerdo a todo el mundo del fútbol con seis títulos en una temporada. Nadie lo había hecho nunca. Como tampoco nadie había minimizado tanto al Real Madrid. Porque nadie había jugado con Andrés Iniesta.

Los fanáticos de las estadísticas siempre le han recriminado sus números. Pero la realidad es que no han entendido después de 16 años en el primer equipo que su juego escapa de cualquier cálculo aritmético. Ver jugar a Iniesta te reconcilia con la esencia del deporte. Brillante y humilde. Talentoso y nada vanidoso. Los 32 títulos, contando la Liga, no lo han cambiado. Es el ejemplo perfecto para las nuevas generaciones, más pendientes de Instagram que de exprimir una profesión efímera.

El guion de la carrera de Iniesta ha sido justo con él. Y le ha reservado momentos de gloria que lo han conducido a ganar todo lo que un futbolista puede soñar. Como cuándo lo situó en la frontal del área de Stamford Bridge para empujar al Barça hacia el triplete o cuándo lo dejó solo para convertir a la selección española en campeona del mundo. Dos goles de un futbolista que siempre se los guarda para cuando todo el mundo mira.

Iniesta vivirá un adiós de cinco jornadas, hasta que acabe la Liga. La afición del Barça ya lo homenajeó en la final de Copa del Rey contra el Sevilla, después del cuarto gol y de regalar uno de sus últimos recitales. Empieza la cuenta atrás porque ya ha decidido dar un paso al lado. Es honesto y se marcha, a pesar de tener un contrato vitalicio.

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'France Football' ya le pidió perdón por el Balón de Oro del 2010. Una disculpa que no sirve de nada porque Iniesta ya sabe que tiene el mayor premio de todos: el reconocimiento de los rivales.

Al Barça le tocará reinventarse. Como cuándo se marchó Carles Puyol, Víctor Valdés o Xavi Hernández. Hoy, las lágrimas de Iniesta no sólo son suyas. El fútbol también llora el adiós de un futbolista de época. ¿Quién cuidará ahora la pelota?