La semana del Trofeu Joan Gamper, previa al inicio de LaLiga, estaba fijada desde hacía mucho tiempo como la semana de Leo Messi. El problema es que todas las quinielas decían que lo sería porque era la semana en la que el astro argentino iba a plasmar, por fin, su firma en un nuevo contrato con el FC Barcelona

Tras un año en el que había estado más fuera que dentro del club, todos los indicios apuntaban a que se había obrado el milagro, pues Messi ya le había comunicado a sus más allegados que había decidido no moverse del Camp Nou. Dos años más en el Barça, Mundial de Qatar y fin de carrera en Miami. Esa era la hoja de ruta. Para ello, consciente de la mala situación económica del Barça, Messi también había aceptado una rebaja salarial.

Un golpe de efecto duro de digerir

Con su futuro decidido, a falta solo de que ambas partes lograran superar el famoso límite salarial impuesto por LaLiga, Leo Messi se fue a la Copa América, para engrandecer su leyenda, y de ahí a Miami y a Ibiza, esperando la semana del 2 de agosto para aterrizar en Barcelona, firmar su nuevo contrato y jugar el Gamper, la previa perfecta para el inicio de la nueva temporada. Messi, de hecho, no dudó en dejarse ver en su desplazamiento a Barcelona, mientras que su padre, Jorge Messi, también viajaba a la ciudad catalana para reunirse con Laporta para tratar, teóricamente, los famosos flecos.

Nadie esperaba el golpe de efecto que estaba a punto de producirse.

Un adiós obligado... y doloroso

Todo se empezó a tambalear con una noticia del diario Marca que informaba que las cosas se habían torcido. Los rumores se dispararon y pasadas las 19.30h del jueves el FC Barcelona emitió el comunicado más helador que se recuerda. Leo Messi quiere seguir y el Barça que siga, pero el amor es imposible por un tema formal. El Barça no ha logrado que el contrato de Messi cuadre con la normativa de LaLiga, por lo que la inscripción del jugador es imposible en el campeonato. De locos. 

El pánico se desata en las redes sociales. Nadie puede creer lo que acaba de suceder, ni el propio Messi, que hasta el último segundo tuvo la esperanza de que el problema se solucionaría, de que cogería el balón en el centro del campo, se regatearía a medio equipo rival y, como tantas y tantas ocasiones, marcaría el gol de la gloria. 

En esta ocasión, sin embargo, el gol ha sido imposible. La pelota está pinchada y justo en la línea hay un muro de hormigón armado. No hay nada que hacer. La salida de Messi es inevitable. El mejor jugador de todos los tiempos ya no es jugador del FC Barcelona.

 

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Un aficionado del Barça, con la camiseta de Messi, en las afueras del Camp Nou / Carlos Baglietto