El Real Madrid vivía tiempos de cambio. Era el final de la era de los ‘galácticos’, una etapa caótica. Entre ellos, brillaba, cuando quería, Ronaldo Nazario, el ‘Fenómeno’. Un talento único. Un delantero irrepetible. Pero también un jugador con una vida nocturna que terminó por condenarlo. Y fue Florentino Pérez quien decidió ponerlo de patitas en la calle.
En 2006, Fabio Capello regresó al banquillo blanco con una misión clara: imponer disciplina. El técnico italiano sabía que tenía entre manos un vestuario lleno de estrellas, pero también de egos desbordados. Y el principal problema estaba en Ronaldo. El brasileño ya no era el mismo que había deslumbrado en el Camp Nou o en el Inter. Tenía 30 años, pesaba 94 kilos y su motivación era mínima.

Capello reconoce la vida loca de Ronaldo fuera de los terrenos de juego
Capello lo ha contado años después sin rodeos. “Era un tipo al que le encantaba salir de fiesta todas las noches. Era un loco”, ha señalado en una entrevista en Italia recogida por varios medios. Lo intentó todo. Charlas, sanciones, dietas. Nada funcionó. Ronaldo no quería cambiar. Su talento seguía intacto, pero su compromiso era inexistente. El entrenador se cansó. “Le dije al presidente que teníamos que dejarlo ir. No había esperanza de avanzar”, ha confesado.
Y Florentino Pérez, aunque ya había dimitido unos meses antes, dejó claro el camino: tolerancia cero. Estaba harto del descontrol que había en el vestuario. Su sucesor, Ramón Calderón, y Capello coincidieron en una idea: el equipo necesitaba un cambio radical. Así llegó Ruud van Nistelrooy, procedente del Manchester United. El holandés marcó 33 goles en su primera temporada y se convirtió en el símbolo de la nueva etapa.
La única solución fue traspasarlo
Mientras tanto, Ronaldo se apagaba. Solo cuatro goles en trece partidos. Su rendimiento fue tan bajo que el club decidió venderlo por 7,5 millones de euros al AC Milan. Fue un adiós triste para un futbolista que había sido considerado el mejor del mundo. “Era el mejor jugador al que entrené”, admite Capello. “Pero no quería sacrificarse. No quería entrenar. Solo disfrutar de la vida”.

En el Madrid, su salida fue recibida con alivio y nostalgia. Los compañeros sabían que con Ronaldo todo podía pasar: un gol imposible o una noche eterna en alguna discoteca madrileña. Su talento era tan grande como su indisciplina. Florentino había apostado por él años atrás, pero entendió que mantenerlo sería poner en riesgo el proyecto.
Ronaldo encontró en Milán su última gran aventura. En Italia, revivió por momentos, pero ya no era el mismo. Las lesiones, los excesos y el paso del tiempo hicieron el resto. Aun así, su huella quedó marcada. En el Bernabéu, pese a todo, muchos aún lo recuerdan con cariño. Porque cuando estaba bien, nadie podía detenerlo. Pero cuando la noche lo llamaba, eran Capello y Florentino quienes no podían pararle.