Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) demuestran que el apellido Pérez es el octavo más común del estado español. 777.361 personas de este país se identifican con este apellido, 74.774 de las cuales viven en la provincia de Barcelona. Pérez, pues, hay muchos. Diego Pérez de los Cobos, coronel de la Guardia Civil; Benito Pérez Galdós, escritor realista; Alfredo Pérez Rubalcaba, exvicepresidente del Gobierno; y también Carlos Pérez de Rozas, excelente periodista y fotógrafo que nos dejó el pasado mes de agosto. Casualidad o no, todos ellos fueron reconocidos popularmente por su segundo apellido. El primero, el vulgar Pérez, o se olvidaba o sólo servía para introducir el segundo, conformando así una especie de falsa conjunción que los propios propietarios daban por buena.

Este hecho es el que tendría que haber advertido Carles Pérez Sayol ―o sus tutores legales, para ser justos― cuando el joven extremo de Granollers se internó en La Masia en categoría cadete. Descarado, ágil y con capacidad goleadora; Pérez superó todos y cada uno de los inapelables filtros que el Barça trenza en su fútbol base hasta alcanzar el filial, donde debutó de la mano de Gerard López. A diferencia de compañeros con apellido exótico como Adama Traóre, Jordi Mboula o incluso Xavi Simons, el delantero catalán no escuchó los cantos de sirena de los clubs extranjeros y decidió apostar por el Barça hasta que este verano, y gracias a una plaga de lesiones, Ernesto Valverde le dio la oportunidad de convertirse en jugador del primer equipo. Su nombre nunca había estado en boca de los culés.

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Y es que Carles Pérez seguía siendo Carles Pérez. No era Carlitos ―tal como pasó con Pedro Rodríguez, conocido durante muchos años como Pedrito―, no era Carlinho, y, sobre todo, no era Anssumane Fati. El Camp Nou a menudo actúa como un nido de pájaros, donde la madre tiene que sacrificar a la cría débil para que la más vigorosa resista y se haga fuerte. Después de pasarse años reclamando más presencia de la cantera en el primer equipo, el público culé ha resuelto la dicotomía entre los dos delanteros de la manera más sencilla posible: el más joven, Fati, es el bueno. La apuesta segura.

La condena de Carles Pérez es doble. En primer lugar, el club lo destierra cuando quedan sólo seis días para que se cierre el mercado de invierno. Lo hace, además, utilizando la figura del recién llegado Quique Setién y argumentando que sus características no se adaptan al nuevo sistema de carrileros del técnico cántabro. Un sistema que tiene dos semanas de vida y que, si no responde de manera inmediata, tiene fecha de caducidad. Con Luis Suárez lesionado y Ousmane Dembélé entre algodones, parece difícil de creer que Setién ―un técnico de cantera― haya decidido desprenderse de una de sus pocas piezas ofensivas.

El verdadero castigo de Pérez, sin embargo, es que su destino parecía escrito. El día en que veía portería contra el Betis los titulares eran para Fati, debutante más joven de la historia moderna del club; y el día en que mojaba por primera vez en la Champions, el verdadero protagonista era el extremo hispano-guineano, goleador más precoz de la historia de la competición. Las vidas paralelas de las dos delanteros se separan y el aficionado blaugrana ha dictado sentencia. Fati es uno de los escogidos y Pérez, como los corrientes Isaac Cuenca, Cristian Tello o Sandro Ramírez, no tiene nivel Barça.