Una de las pruebas más difíciles para cualquier diario es despedir a una persona en portada, hacerle el funeral, explicar sin pedantería ni escándalo por qué el personaje muerto está en primera página, con todo el impacto de hacer presente una ausencia dolorosa, inquietante, conmovedora, que recuerda a todos el horizonte inevitable. No es un entierro. Al contrario. Puede ser una celebración. Muestra aquello que la persona fallecida nos deja —la herencia de su vida— pues un diario es artefacto para vivos, no para muertos. La desaparición de alguien angustia, entristece, conmueve. Es fácil rebasar la frontera de la cursilería, el sensacionalismo, la falsa solemnidad, la superficialidad, las lágrimas de cocodrilo... La tarea se agrava si las circunstancias de la muerte son penosas.

La fotografía es quien se encarga de llevar el peso de la representación. El diario se la juega en la que se podría llamar la última imagen. Hoy es la muerte de la esquiadora Blanca Fernández Ochoa la que pone a prueba las portadas.

Le luce a ABC su estilo de portada póster con una fotografía excelente, donde se la ve en su gran momento: la primera mujer española en conseguir una medalla en unos Juegos Olímpicos de Invierno, el bronce en la prueba de eslalon en las pistas de Meribel, en Albertville 1992. "El deporte no podía ser tan ruin conmigo", dijo entonces, sacándose la espina de cuatro años atrás, en los Juegos de Calgary, donde una caída en la segunda manga le arrebató un oro que todo el mundo daba por hecho. La imagen del tabloide monárquico le hace más justicia que cualquier otra. Dedicada al esquí profesional desde que tenía once años, luchó y salió adelante. El País y La Razón también publican la foto de 1992, con la medalla y una magnífica sonrisa. El Periódico se añade de otra manera: escoge una del 2012 en unas pistas de esquí de Andorra, con una sonrisa más contenida, melancólica.

El contraste es muy fuerte entre esos diarios y El Mundo y La Vanguardia. El diario madrileño publica una foto de su hijo, de espaldas, llorando con la cara oculta entre los brazos. Ese momento íntimo de dolor es un gesto privado, aunque se manifestara ante todo el mundo, y debía preservarse. Es una imagen intensa pero que nada dice de Blanca Fernández Ochoa, ni de su vida de luchas, la deportiva de entonces y la personal de sus últimos años. La Vanguardia publica una imagen técnica, fría, lejana: el momento que entran —o retiran— el cadáver, en un saco mortuorio, de un helicóptero.

Desconcertante. Si querían informar de esa muerte como una noticia más de sucesos, de acuerdo. Son muy dueños. Pero a la Blanca Fernández Ochoa que merecía portada, a la esquiadora peleona, a la de la sonrisa cautivadora, a la pionera que abrió camino a una generación de deportista… a esa Blanca le han hecho un funeral de cuarta categoría en portada. Lástima.

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