Un jugador como Andrés Iniesta sólo podía tener un final. El de esta noche en el Wanda Metropolitano de Madrid. Sus números ya le convierten en emblema de un deporte con más de 150 años de historia como es el fútbol. El destino ha sido caprichoso y generoso. Sobre todo analizado con perspectiva. Porque Iniesta se sintió maltratado por las lesiones, pero su talento y, sobre todo, su tozudez, le ganaron la guerra a la fragilidad muscular.

El resumen de los 16 años de Iniesta en el primer equipo del Barça es tan breve como justo: irrepetible. No busquen a nadie como él. No se atrevan a comparar a nadie con él. Porque es único. No es rápido. No marca goles. No remata de cabeza. Pero lo tiene todo. Y está tocado por una varita mágica.

El fútbol ha cruzado sus momentos más dulces con los del manchego. En Stamford Bridge, cuando sopló para que aquella pelota eliminara al Chelsea y clasificara para la final de la Champions al Barça del primer triplete. O cuándo le envió un pase al espacio para que convirtiera, por primera vez, a la selección española en campeona del mundo en una prórroga agónica en Sudáfrica.

Sus lágrimas, en el banquillo del Wanda después de consumar su enésima exhibición vestido de blaugrana, no son sólo suyas. Todo el mundo llora la marcha de Iniesta a China.

Sus días en can Barça contados. Iniesta dará un paso al lado mientras demuestra que todavía tiene fútbol en las botas. Su gol, el 0-4, es justo con un jugador que no se ha cansado de coleccionar ovaciones. En el Camp Nou y en innumerables estadios. Como hoy.

El doblete, a falta de ponerle el lazo a la Liga, les resta alicientes el final de temporada del Barça, pero los culés ya tienen un motivo de peso para seguir conectados hasta el 20 de mayo. Cinco jornadas para decirle adiós a Iniesta. Poco a poco. De la misma manera con la que él ha forjado su leyenda.