La primera vez que escuché una gralla... Fue una primera vez. Y como casi toda las primeras veces, me horrorizó. Fue en una Acampada Jove a la que fui por compromiso: no me gustaba casi ninguna de esas músicas, ni ska, ni reggae, ni parecido, pero al llegar a la universidad desde uno de los barrios de la periferia de Barcelona e involucrarme en la lucha estudiantil contra el Plan Boloña, era prácticamente obligado que tenerle simpatía a según que cosas. Aquél sonido agudo, aquella Flama, me siguió molestando sobremanera. Generé un rechazo del que incluso me avergonzaba, más teniendo mogollón de amigos de Castellón hasta Alicante. Qué prejuicioso, me decía a mí mismo. Todo el rato. Pero es que llegó un momento que de Valencia nada más que me gustaba el arroz, y tampoco mucho; me sentaba fatal la bachoqueta. Todo cambió tras un concierto de Orxata Sound System. Ahí descubrí otra fiesta, otra idea, otros sonidos “venen del sud”. Escuchar por primera vez Estiu, de Zoo, me reconcilió definitivamente con el país de las grallas.   

Escuchar por primera vez Estiu, de Zoo, me reconcilió definitivamente con el país de las grallas

La tempestad que llegó del sur

El grupo valenciano nacido en 2014 iba mucho más allá del reggae y el ska políticos que tanto abominaba. Animaron una escena que nadaba entre cenizas, entre recuerdos vetustos y ecos del pasado. De hecho, recuperaron lo mejor de esta. Y le agregaron un cocktail de sonidos que maridaron estupendamente entre lo aguerrido, el compromiso social, y el puro hit. Dígase una de sus más demandadas, Tobogán. Las letras eran reivindicativas, claro, pero con unos rapeados a cargo de Toni Sánchez Panxo mucho más amables. Las bases eran exploradoras, contundentes, pero exploradoras. El grupo, con miembros que habían pasado por formaciones como La Raíz, los mismos Orxata Sound System y Sophy Zoo, despegaron hace una década con Tempestes venen del sud donde, más allá de su celebradísima Estiu –la canción más radiada en casales populares, esplais y reuniones de las Joventuts d’Esquerra Republicana–, también estaba la espídica Vull. El tema, lleno de pitos (los dichosos instrumentos de viento), te movía sin oposición.

Llepolies es otro tipo de fiesta, alegrísima, y Sereno, junto a SFDK y sus guitarras, es simplemente mágica

Tres años después, siempre fueron pacientes con las novedades (teniendo en cuenta también las obligaciones de unas robustas giras), salía a la luz Raval (2017). En el disco, pese a irregular, de beats menos exóticos, estaba todo lo esperable. Pero sobre todo, Correfoc, una preciosidad a la altura de aquel Estiu. Confesional y agridulce. Zoo se despide con tres discos publicados. El último, Llepolies (2019), de producción milimetrada, muy destacable: Llepolies es otro tipo de fiesta, alegrísima, y Sereno, junto a SFDK y sus guitarras, es simplemente mágica.

Se van con una comunidad de seguidores bestial, habiendo cosido el pasado con el presente y repartido sonrisas y puños alzados a partes iguales

Existe en esos temas un espíritu cuentacuentos del que parece que podrían estirar más el hilo. Como pasa en el Epíleg con el que cierran etapa; una forma de narrar, por cierto, muy, pero muy de Rene. Ya se verá si en el futuro es posible seguir escuchándoles en tesituras más Calle 13. De momento, y todavía más importante, se van con una comunidad de seguidores bestial, habiendo cosido el pasado con el presente y repartido sonrisas y puños alzados a partes iguales. Habiendo reconciliado a muchos con su yo adolescente, ese yo seguidor obligado de Obrint Pas

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