Willow no fue un éxito inmediato, sino que hizo una recaudación justita en las taquillas de todo el mundo y ha sido después, gracias al formato doméstico y al culto que se le ha profesado a lo largo de los años, que se ha convertido en un fenómeno generacional. Y justamente una de sus principales virtudes fue, y es, su singularidad: además de adelantarse a su tiempo probando suerte en un género que después se ha devuelto "mainstream", es un monumento a la aventura clásica en que conviven la artesanía más militante con el espectáculo más desacomplejado. Es decir, que es de aquellas películas que te transportan a otro mundo aunque los efectos visuales ya te parezcan de otra época y que te las has hecho tuyas porque adoras alos personajes y el universo que los envuelve.

Es de aquellas películas que te transportan a otro mundo aunque los efectos visuales ya te parezcan de otra época y que te las has hecho tuyas porque adoras a los personajes y el universo que los envuelve

Corazón y carisma

Willow prevalece porque tiene corazón y carisma. Su secuela en forma de serie, estrenada en Disney Plus, intenta en el fondo reproducir las formas de su predecesora. Hay, también, un intento de conciliar el ayer y el hoy de un género, tratando de evitar que el despliegue técnico no se imponga a las necesidades de la historia; y juega a expandir el hilo argumental (y de rebote, su imaginario) para acercarlo a una nueva generación de espectadores. El resultado, sin embargo, es profundamente decepcionante, porque aparte de cargarse la esencia de la película (lo que era fresco e inventivo se vuelven, a la serie, rígido e impostado) va muy faltado justamente de aquello que alimenta una parte fundamental de su historia: la magia.

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Willow, la secuela fallida de una película de culto

Viejos conocidos

Willow, la serie, se articula a partir de una estrategia bien definida. Por una parte recupera buena parte de los personajes de la película y por la otra introduce nuevos que buscan crear una franquicia. Hasta aquí nada que apelar, porque rencontrarse con viejos conocidos siempre funciona (en particular Joanne Whalley, actriz que siempre ha merecido una reivindicación) y las nuevas incorporaciones están bien descritas. Pero ya en los primeros episodios se le detectan unas cuantas disfunciones. La primera es el propio Willow, ya que ni el talento de Warwick Davis consigue paliar la sensación de que el guion no sabe exactamente qué hacer, y después está su puesta en escena, que resulta tan pobre y mecánica que nunca transmite una verdadera emoción. Es como si la serie, más que una secuela, fuera la recreación estirada y devaluada de la película, y no deja de ser triste teniendo en cuenta que participan algunos de sus artífices.

Ni el talento de Warwick Davis consigue paliar la sensación de que el guion no sabe exactamente qué hacer

Se deja mirar

El problema es que si en la película el viaje de los protagonistas tenía un valor catártico y conseguía armonizar humor y acción con una efectividad encomiable, en la serie ninguna de las situaciones es lo bastante convincente como para que sufras por el destino de los personajes. Se deja mirar, es moderadamente distraída y tiene algún momento aprovechable, pero nunca pasa de ser el pálido reflejo de un mundo que no da suficientes motivos para (re)visitarlo. Alguna cosa has hecho mal cuando la película en que te basas, que está a punto de hacer 35 años, es mucho más moderna, dinámica y profunda que tú. Es una batalla perdida porque ahora todo es susceptible de volver, pero quizás habría que aceptar que hay imaginarios, y el de Willow es uno de ellos, que se tendrían que haber dejado en paz.