Hubo un tiempo en el cual la presencia de una zona gastronómica en un festival de música me habría parecido una cosa incongruente. ¿Comer? ¿En un festival? ¿Por qué alguien en su sano juicio se alimentaría allí de otra cosa que no fuera sulfato de metanfetamina en comprimidos? El viernes, en cambio, será que ya ni soy tan joven ni tan sensato, lo primero que hice al llegar a la 9.ª edición del Vida fue comprarme un frankfurt con cebolla caramelizada, beicon y queso gratinado en una de las muchas foodtracks del área picnic del festival vilanovino. De hecho, parece que le otorgaron el galardón al “festival con mejor zona de restauración”. A continuación, voy a sentarme con los amigos para que me cuenten que, la noche anterior, la fiesta acabó pasada por agua y lo que ha molado el concierto de Za! que me acabo de perder.

Este sarao de naming antiabortista es así: un festival para toda la familia, con propuestas transversales para todos, y dónde nunca te faltará agua de la fuente ni papel de váter

Mastico desde la relativa comodidad de un fardo de paja, y mientras Niño de Elche se desgañita en la lejanía, observo el ambiente del festival: camisas estampadas, cochecitos de niños, camisas estampadas, niños y niñas correteando felices entre los árboles, aún más camisas estampadas, familias enteras montándose un picnic en el bosque, brilli-brilli esparcido por todas las caras (¿lo reparten en la puerta?), más y más camisas estampadas, slow food y adolescentes con pancartas que rezan 'Y love you, Aurora'… Uno bien podría tener la sensación de haber entrado en una convención de camisas estampadas o en un encuentro de la Rainbow Family. Este sarao de naming antiabortista es así: un festival para toda la familia, con propuestas transversales para todos y dónde nunca te faltará agua de la fuente ni papel de váter. Yo he venido a ver Suede (y a The Gulps, el nuevo hype de Allan McGee, pero los dos se solapan), y todavía faltan cuatro horas para que los británicos suban al escenario. La noche está en pañales (nunca mejor dicho).

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Za!, la transmegacobla no necesita de cotis / Foto: Miquel Muñoz

¿Eso es un festival?

Levantamos el culo para ver a Alba Morena en la Cueva by Eastpack (todos los escenarios del festival están brandalizdos sin complejos) y, en este bucólico paraje, entre pinos y otros árboles que no son pinos, contemplamos como cae la noche amecidos por la voz de la cantante de Salou. Algún dios compasivo enciende por fin el aire acondicionado y tenemos que irnos de allí con los primeros compases de Quédate en Madrid, una versión de Mecano: nos informan por el pinganillo de que ha empezado L’Impératrice en el escenario Estrella Damm, el más tocho.

Preside el escenario una lona con el logotipo de la marca de cerveza que reza 'This is not a festival'. Una referencia, digo yo, que a veces tiro demasiado alto, a aquel ‘ceci n’est pas une pipe’ de René Magritte. La traición de las imágenes, ya saben. “La palabra no es la cosa" o "El mapa no es el territorio", que decía el lingüista Alfred Korzybski. ¿El Vida no es un festival, sino la imagen de un festival? No sé... Voy a buscarme un cubata. Uno de real, no la imagen de un cubata. 

¿El Vida no es un festival, sino la imagen de un festival? No lo sé... Voy a buscarme un cubata

L’Impératrice, adornados con corazones luminosos sobre el pecho, por alguna razón inconcreta me recuerdan a Parchís. Con mi amigo D. hablamos de aquel ‘French Touch’, un estilo francés de música de baile del cual esta formación es en parte heredera. También hablamos de Air (de quienes solo nos gusta el Moon safari y la banda sonora de Las vírgenes suicidas) e incluso de easy listening, de muzak, la música de ascensor, e incluso sale el nombre de Esquivel. Pero será mi amiga M. quién da en el clavo (nunca mejor dicho): “Es música para follar. Y con un toque tropical. Música para follar tropicalmente”. Pierdo a los amigos y encuentro a otros, dos mods de Lleida altos como campanarios (como todos los mods leridanos) que escuchan con pirronismo a Xoel López. Los tres escapamos del concierto del ex-Elephant Band cuando empieza su versión de Juan Luís Guerra, Ojalá que llueva café.

Suede están en plena forma, y alternaron canciones de su último disco con hitazos de toda la vida

Llega, por fin, el plato fuerte de la noche, especialmente para quienes una parte de nuestro cerebro y nuestro cora sigue a los noventa: SUEDE. A sus 55 años, Brett Anderson podría poner en remojo todas las bragas (y calzoncillos) con un solo movimiento de flequillo. Imaginen lo que provocó la clase de aeróbic de dos horas que se marcó, gran parte de ella bajando del escenario y dejándose sobar entre el público. Suede están en plena forma, y alternaron canciones de su último disco con hitazos de toda la vida: a Trash, la segunda canción que tocaron, le seguirá, en el punto álgido de la noche, una versión acústica de She's In Fashion, Modern Boys, So Young y, por supuesto, Beautiful Ones, aquel himno que le robaron a Massiel. “La, la, la, la, la, oh!”.

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Niño de Elche, flamenco en el bosque de la vida / Foto: Miquel Muñoz

Todo es bonito (en el Vida)

Nos despertamos con la nariz como la cementera del Garraf (del polvo del recinto, no malpiensen) y una resaca de funcionario ruso que arreglamos en la zona picnic del festival a base de hamburguesa de pollo cajún. Una vez deglutida, encaramos la jornada de hoy, que cuenta con un montón de propuestas que no se solapan tanto, y pasamos por la barra a continuar imitando a la carpa Juanita. Pillamos la última canción de Tim Bernardes, la gran esperanza de la música brasileña, seguimos con el pop tintineante y lofi de las Rombo, en la Cabana Jägermusic, después un par de temas de La Costa Brava (por primera vez en los escenarios desde la muerte del añorado Sergio Algora) y nos vamos a coger sitio para ver a La Plazuela, a quien el escenario de La Cabana se le hará pequeño. Este grupazo granadino, arrollador, se sitúa en un imposible cruce de caminos entre Daft Punk, los Chichos y el nu funk. M. mi novia les añade otra referencia: los Backstreet Boys.

Nos despertamos con la nariz como la cementera del Garraf (del polvo del recinto, no malpiensenen) y una resaca de funcionario ruso que arreglamos en la zona pícnic del festival

Salimos, a regañadientes, antes de la última canción porque no queremos perdernos el inicio de nuestro favorito de la noche: los siempre enormes Spiritualized. Dábamos por hecho que J. Spacemen pilotaría su nave espacial hacia las constelaciones de su último disco Everything Was Beautiful, pero nos dio un garbeo sideral por sus 25 años de discografía. Que les voy a contar…. Atmósferas exuberantes, melodías a la vez melancólicas y esperanzadoras, góspel y blues, guitarreo hipnótico y teletransporte cuántico a cascoporrillo. Lo mejorcito de la noche. Otros a destacar: Dehd, el trío más refrescante cuyo descubrimiento debo al festival, The Libertines, en un excelente estado sónico y de salud (¿se acaba de enterar Pete Doherty, como yo, que ahora los festivales cuentan con una amplia oferta gastronómica?) y los absolutamente alucinantes Playback Maracas, los Daft Punk de Mataró.