Mañana empieza una nueva edición, la 39 de la Setmana del Llibre en Català. Dice la web del acontecimiento, uno de los más relevantes de nuestro universo literario, que la Setmana volverá a mostrar la riqueza y diversidad de la edición en catalán y su potencia industrial.

Esta es una verdad absoluta e incuestionable. Aunque es un sonsonete recurrente, típico y tópico, se publica más que nunca (parece, por lo que dicen los números, y los números no engañan, que este 2021 también se vende más que nunca, y, afortunadamente, también en catalán). ¿Pero leemos todo lo que compramos?

¿Ya te los podrás leer?

Estos días con la reentrada literaria, expresión que ya se ha convertido en trending topic en círculos culturales, cada día en la redacción de Revers llegan no menos de tres libros: novedades o reediciones que se amontonan unas sobre las otras conformando un muro de letras por asombro y diversión de los compañeros y compañeras del diario: "¿Cuántos te llegarán hoy, Oriol?", preguntan entre la sorpresa por la cantidad de recepciones y las carcajadas por, rodeado de volúmenes y más volúmenes, estar cada vez más aislado del mundo.

La otra pregunta que me acostumbran a hacer es... "Y todos estos libros, Oriol, ¿ya te los podrás leer?". Me gustaría responder que sí, que mis días tienen 32 horas, 8 de las cuales me las paso trabajando, escribiendo artículos como este, y las 24 restantes leyendo todos y cada uno de los libros que me llegan a la redacción, a mi casa o casa de mi pareja.

montaña de libros
La redacción de Revers esta misma mañana.

No me los puedo leer

A veces digo mentiras, supongo que como todo el mundo, pero por normal general, intento decir siempre (que puedo y quiero) la verdad. Y cuando mis compis de curro me plantean si me zampo todos los tochos que recibo, no los puedo engañar y admito que no, que no me los leo todos.

No me los leo todos porque no tengo tiempo y a veces porque no tengo ganas. Leo los que puedo y los que me gustan. Los que me recomiendan los compañeros de prensa de las editoriales. Y los que tengo que leer porque tengo que hacer un artículo o porque tengo que entrevistar a la autora o autor.

Pequeñas bibliotecas

Los que no leo se quedan en una estantería de la redacción. Es el mueble de las lecturas perdidas que esperan a un destinatario curioso. Hay títulos que vuelan. Otros hace años que lloran allí por no haber encontrado una casa adoptiva.

También he regalado libros a la biblioteca de mi pueblo, y he dejado en la pequeña biblioteca: un agujero en una pared de una casa donde dejamos libros leídos o que ya no queremos y nos llevamos aquellos que nos hacen gracia. Mis hijas siempre me acusan de coger más de los que dejo. Es uno de mis rincones favoritos de Gelida.

Las Bolas de Dragón

Y están los libros que me llevo de la redacción a casa, pero que nunca leeré. Me los llevo porque, iluso, creo que terminaré encontrando el momento para leerlos. Porque me gusta el autor o la autora. Porque me gusta la portada. Por simple impulso acumulativo. Hijo del capitalismo y el consumismo incluso con la cultura siento angustia y hay libros, como también hay discos y películas, que, a pesar de estar en Kindle, Spotify o Netflix, les tengo que tener físicamente. Que le den a Marie Kondo.

Del Walkman a Humor amarillo, los japoneses son los responsables de casi todas las cosas que molan. Ellos y ellas también han sido los responsables de patentar el término 'Tsundoku', expresión que viene de la conjunción de 'Doku', que es su palabra para 'leer', y 'tsun' que viene de 'tsumu' y significa 'apilar'. Los dos vocablos juntos hacen referencia a la virtud de comprar libros que no leeremos nunca.

Yo confieso que soy un 'tsundoku' y los libros son mis particulares bolas de dragón. Vayámoslos a buscar... a la Semana del Libro en Catalán.