Zaragoza, 9 de octubre de 1646. Hace 377 años. Etapa central de la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). El príncipe heredero Baltasar Carlos, único hijo varón legítimo del rey Felipe IV que había superado la infancia, moría, oficialmente, a causa de una viruela. La muerte de Baltasar Carlos, que catorce años antes (1632) había sido proclamado con la estrambótica pero reveladora fórmula "príncipe de estos reinos", representó un golpe durísimo para el rey Felipe IV (que vio peligrar la continuidad de la dinastía Habsburgo en el trono hispánico), y para Luis de Haro, ministro plenipotenciario de la monarquía hispánica, sobrino, sucesor y continuador de las políticas unificadoras del conde-duque de Olivares que habían provocado la guerra de Catalunya.

¿Qué representaba Baltasar Carlos?

El príncipe Baltasar Carlos era "la esperanza blanca" del régimen de Felipe IV. Antes de su nacimiento (1629), su madre Isabel de Borbón había tenido seis hijas que habían muerto, todas sin excepción, durante los primeros meses de vida. Las fuentes documentales relatan que la llegada de Baltasar Carlos fue celebrada con grandes cortejos. Superadas las primeras semanas de vida (las que se consideraban de máximo riesgo), se organizaron carreras de bueyes, juegos de cañas y luminarias que llenaron de alboroto las calles de la "villa y corte". Baltasar Carlos no solo representaba la garantía de continuidad de la estirpe Habsburgo hispánica; sino que, también, personificaba la nueva arquitectura que se quería imprimir en el edificio político hispánico.

Felipe IV e Isabel de Borbó, padres de Baltasar Carles. Fuente National Portrait Gallery y Musée du Versailles
Felipe IV e Isabel de Borbón, padres de Baltasar Carlos. Fuente: National Portrait Gallery y Musée du Versailles

¿Qué se pretendía hacer con Baltasar Carlos?

Desde los tiempos de los Reyes Católicos (finales del siglo XV), la arquitectura del edificio político hispánico era la de una monarquía compuesta; es decir, de la reunión de varios Estados semiindependientes que estaban vinculados a un poder central a través de relaciones bilaterales de diferente gradación. Sería aquello que, contemporáneamente, llamaríamos un Estado confederal. Pero la tendencia de este poder central a erosionar este complejo sistema había desembocado en un paisaje de tensiones que, finalmente, reventarían con las guerras de separación de los Países Bajos neerlandeses (1582), de Catalunya y de Portugal (1640) y de Nápoles (1647). Baltasar Carlos tenía que personificar la superación de aquel paisaje de rebeliones y la culminación del tráfico hacia un modelo unitario.

La arriesgada apuesta de Baltasar Carlos

El 6 de octubre de 1644 moría lsabel de Borbón, reina consorte de la monarquía hispánica. Dejaba viudo —el rey Felipe IV— y dos hijos —Baltasar Carlos y María Teresa que, años más tarde (1659), acabaría casada con Luis XIV de Francia—. En el momento del deceso de la reina, Felipe IV tenía treinta y nueve años. No era una edad excesivamente avanzada para plantear un nuevo matrimonio y engendrar nueva descendencia, que asegurara el relevo en caso de que Baltasar Carlos no alcanzara la edad adulta. Pero la mala salud del monarca, provocada por sus excesos alimentarios, no invitaba a nada bueno, y en aquel punto, la cancillería de Madrid fio el futuro de la monarquía hispánica a la figura y la descendencia del joven heredero.

Mapa político de Europa (1645). Fuente: Museo Real de La Haya
Mapa político de Europa (1645). Fuente: Museo Real de La Haya

A jurar tocan

Enterrada la reina, Luis de Haro activó varias negociaciones matrimoniales; pero la guerra contra la alianza catalanofrancesa (en aquellos momentos, claramente desfavorable a los intereses de Madrid) condujo los embajadores hispánicos a Viena. La elegida fue María Anna de Habsburgo, hija del archiduque Fernando III de Austria y de solo diez años. Comprometida la novia, convenía que todos los Estados hispánicos juraran solemnemente a Baltasar Carlos como futuro rey y hacer efectiva la estrambótica fórmula "príncipe de estos reinos". La primera parada fue Pamplona. El 25 de mayo de 1646, Baltasar Carlos juraba las Constituciones de Navarra y recibía el título de príncipe de Viana (heredero al trono navarro). Y días más tarde, enfermaba.

¡Adelante con los faroles!

Inicialmente, la enfermedad de Baltasar Carlos no preocupó a nadie. Pocos días después de jurar en Pamplona, el séquito real emprendía camino hacia Zaragoza para ser investido príncipe de Girona. En este punto, es importante recordar que Catalunya había proclamado la independencia cinco años antes (1641), y Felipe IV había previsto oficiar la ceremonia en Zaragoza por la imposibilidad de hacerlo en Barcelona. Pero aquella absurda maniobra, que no tenía ni la categoría de simbólica, salió carísima a Felipe IV. Baltasar Carlos llegó a la capital aragonesa en un estado de salud tan grave que ni siquiera se podía mantener de pie para interpretar la comedia del nombramiento de heredero a la dirección de un país que hacía cinco años se había independizado.

Vista de Zaragoza (1647). Fuente: Museo del Prado
Vista de Zaragoza (1647). Fuente: Museo del Prado

El esperpento

El absurdo viaje a Zaragoza culminaría en el más absoluto de los esperpentos. Felipe IV y Haro, conscientes del grave estado del heredero, y desconfiando totalmente de los médicos que lo atendían, pusieron la vida de Baltasar Carlos en manos de la mística María de Ágreda, confesora espiritual y consejera de Estado del rey. María ordenó retirar a los médicos de la cámara del heredero y transportar hasta Zaragoza la momia de Diego de Alcalá, un fraile franciscano muerto dos siglos antes (1463). La momia fue introducida en el lecho de un agónico Baltasar Carlos hasta que el heredero exhaló el último suspiro. No hay que decir que la noticia de aquel esperpento corrió como la pólvora; y fue primero la sorpresa y después el hazmerreír de todas las cortes de Europa.

La muerte

Baltasar Carlos, "la esperanza blanca" de un régimen personificado por figuras tan absurdas y esperpénticas como Felipe IV, Luis de Haro y María de Ágreda, murió, oficialmente, a causa de una viruela. Pero algunas fuentes médicas, que pudieron evitar la censura del poder de la época, sugirieron que el heredero habría muerto a causa de una violenta enfermedad venérea. En cualquier caso, para Baltasar Carlos, la compañía de una momia compartiendo sábanas y mantas en pleno proceso infeccioso, debió ser clínica y psicológicamente devastadora. En nuestra mirada actual, estos detalles resultan muy reveladores para ilustrar la ideología de un régimen —la monarquía hispánica— absolutamente capaz de todo para perpetuarse en el poder y en el tiempo.

Luis de Haro y Maria de Agreda. Fuente: Galería de los Oficios y Biblioteca Nacional de España
Luis de Haro y María de Agreda. Fuente: Galería de los Oficios y Biblioteca Nacional de España