Les tomates, en Borrassà, se tienen que plantar por Corpus (o eso me dijeron el otro día en Ca l'Amparo). De hecho, me lo dijeron cuando ya las habíamos plantado y, evidentemente, nosotros no las habíamos plantado por Corpus en absoluto. Fue en esta conversación informal entre vecinas (tan informal que yo lucía unos pantalones de pijama de Harry Potter) que compartimos inquietudes hortícolas entre borrassanenses y tratamos de encontrar una solución a una problemática compartida: resulta que, a mucha gente, este año los tomates nos han salido con el "culo negro" o, como se conoce popularmente, con el "culo cagado".

Unos días antes de este encuentro en la tienda del pueblo y después de haber buscado la respuesta en Google sin éxito, hice una consulta a una auténtica experta del tema, Sílvia. Sílvia es la amiga bióloga (de bota, y no de bata) que se dedica al asesoramiento agrícola y es también quien me dijo que nuestros tomates seguramente tenían la "tuta absoluta", un insecto que perfora el tomate y que es, básicamente, una plaga. Eh, y no solo identificó el problema a través de una foto borrosa por WhatsApp, sino que me dio una solución: una solución líquida con un nombre imposible de recordar, muy ecológica y, por cierto, muy cara.

Pero... el propietario oficial de nuestro huerto (mi pareja, yo solo lo riego de vez en cuando) no quería poner nada en les tomateres. Bien, de hecho, el huerto es de Jordi y (un poco) de su mejor amigo, Aleix. Y Aleix es Planas, un chico nacido en Vila-sacra que dice "tomàquet". "Todo natural y que sea lo que tenga que ser", me dijeron. Es decir, ¿dos meses regando para nada? ¡Va, hombre, va! Así pues, decidí meter un poco de líquido de Sílvia en el agua... y a correr. ¿Y qué, y qué? Pues mira, de momento ya hemos comido tomates y de momento tampoco han salido más tomates con el culo cagado.

En los pueblos tenemos que hablar con las otras señoras de nuestros huertos y tenemos que decir "tomata", "deixonsis" y "galàput", porque... si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?

Y, aclarada esta cuestión, volvemos a la conversación del supermercado: mientras algunas vecinas me decían que rociara les tomateres con Fairy para solucionar eso de la tuta, otros me decían que no había nada que hacer. Y de golpe una mujer sentada en el rinconcito de la tienda, me preguntó: "Nena, ¿se diu tomata o tomàquet? ¿Aquí tota la vida hem dit tomata, eh?" Y yo le contesté: "Y tanto, señora, y tanto: aquí decimos tomata y tenemos que decir tomata. Y vosotros al rasclet le llamáis rasclinet y en vez de un piló decís un pilot. Y que así sea por mucho tiempo."

Y, si tú que me lees querías una respuesta arbitraria de lo que es correcto y de lo que no, de lo que es normativo y de lo que no... Si tú también dices tomàtic, tomàtiga, tomata o tomaca, debes saber que está muy bien que lo digas así. Y no solo eso: es perfecto y maravilloso que lo digas así y yo solo espero que, como usuarios de la lengua, no permitamos nunca la desaparición de toda esta riqueza léxica y dialectal. Es más: ¡que seamos promotores! Porque en los pueblos tenemos que ir a comprar en pijama, tenemos que hablar con las otras señoras de nuestros huertos y de los problemas que tenemos con les tomateres y tenemos que decir tomata, deixonsis y galàput. Porque... si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Reivindicamos la tomata y la tomàtiga. ¡Hagámoslo por la lengua!

PS: Aleix, el copropietario de nuestro huerto, hace una semana que también es "el padre de Martí". Martí Planas, cuando seas mayor, te explicaré que en Vila-sacra y en Borrassà una tomata es una tomata, le llame como le llame tu padre. Una tomata y punto.