El bueno de Tim Burton me ha hecho descubrir que los niños se flipan a la hora de abrir puertas. También me ha hecho ver que la excitación y/o curiosidad respecto de lo que se esconde detrás desaparece, o cuando menos empieza a evaporarse, una vez han cruzado la puerta en cuestión. Debe ser cosa de los ritmos, que de una generación a otra cambian como un calcetín.

Las puertas con número, del 1 al 4, nos reciben desde el inicio de la partida. Tiene alguna cosa de juego, la visita a este Tim Burton's Labyrinth, y más acompañado de un niño, invitado a hacer de cronista infantil para Revers. Aquí no se tiran los dados, pero sí nos piden que pulsemos un botón rojo y que, de entrada, sea el azar quien se dirija hacia un lado o hacia el otro. A partir de entonces ya escogeremos —en realidad escogerá la flipada criatura— qué puertas cruzar. El adulto de los dos cronistas recuerda inmediatamente aquellos icónicos libros de Tria la teva aventura. Y esta es la apuesta que convierte a los visitantes de Tim Burton's Labyrinth en participantes activos de lo que califican como experiencia inmersiva, aunque aquí no se utilizan ni gafas de realidad virtual ni pantallas de 360 grados. ¡Viva la résistance analógica!

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Tim Burton's Labyrinth © LETSGO COMPANY

Aquí, si el público tiene sensaciones inmersivas, es porque tiene que escoger su propio itinerario, atravesando una quincena de salas (dice la organización que hay más de 300 posibles recorridos diferentes, probablemente no sean tantos si se trata de no repetir, tampoco se puede comprobar: la entrada sencilla permite una vuelta|bóveda a la exposición, la prémium añade posibilidad de volver). En la immersivitat también ayudan una atmósfera capaz de inspirar al gusto|sabor por|para la oscuridad de en Timo, la música elfmaniana que se ha convertido en matrícula sonora del estilo del cineasta y que no deja de sonar durante la visita y, sobre todo, las chillonas, exhuberants, reproducciones a tamaño natural (si no mayor) de algunos de los icónicos personajes paridos por el creador.

Shake Shake Señora

Dice Tim Burton que perderse en este laberinto es como penetrar en el interior de su mente. Dice el adulto de los dos encargados de resumir la visita que entrar en esta exposición tiene alguna cosa del Tren de la Bruja o de las viejas casas del terror de los viejos parques de atracciones. Y dice el niño, y cronista debutante, que la experiencia que propone Tim Burton's Labyrinth es "muy divertida, porque ves esculturas que se parecen mucho a los actores de las películas, y te puedes hacer fotos con Beetlejuice Beetlejuice Beetlejuice". Pau tiene 9 años, ha visto un puñado de películas de Tim Burton y ahora lleva unos días canturreando el Jump in the Line de Harry Belafonte, shake shake señora.

Observándolo, a él y a otros niños y niñas que se han acercado al Palau Victòria Eugènia de Barcelona en una mañana del sábado, todos se flipan por escoger y abrir puertas, e ir avanzando. Se detienen para hacerse fotografías con las enormes figuras que los reciben: de Eduardo Manostijeras (1990) al Pingüino con cara de Danny DeVito de El retorno de Batman (1992), del Jack Skellington de Pesadilla antes de Navidad (1993) a uno de los cabezudos extraterrestres de Mars Attacks! (1996), de la pareja de amantes de La Novia Cadáver (2005) a los oompa loompas de Charlie y la Fábrica de Chocolate (2005) o la Reina de Corazones de Alícia en el País de las Maravillas (2010). Selfie rapidito y "Monty, va, ahora abrimos la puerta 4, ¿vale?". Qué obsesión con las puertas 4.

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Tim Burton's Labyrinth © LETSGO COMPANY

En realidad, la más especial y valiosa de la visita a Tim Burton's Labyrinth es su vertiente casi museística, con la exposición de 155 obras originales del cineasta: con un pasado como animador para la Disney, antes de que cortometrajes como Vincent (1982) o Frankenweenie (1984) revelaran un talento único con camino propio por recorrer, Burton es el autor de un montón de esbozos exhibidos, muchos de ellos apuntes de personajes nunca vistos en ninguna película, algunos mágicamente proyectados en pantallas. La firma de Burton en los dibujos del Niño Ostra, de Sparky, del Joker, de Toxic Girl o del Sombrerero Loco las convierte en obras de arte que, explican fuentes de la organización, en el mercado podrían superar los cinco millones de euros. Para los profanos, son dibujos preciosos.

De sala temática en sala temática, de los Monstruos Incomprendidos a los Tragic Toys, de las Mascotas a los Payasos, de la navaja de Sweeney Todd a los caramelos de Willy Wonka, el singular dúo de cronistas da dos vueltas y se llevan la sensación de no haberse perdido ninguna de las salas. El adulto ha echado de menos a Ed Wood y a alguna Winona Ryder. El niño no sabe quiénes son, y ahora mismo le da igual, pero habría vuelto a empezar la visita, cualquier excusa es buena, para escoger y abrir puertas, preferiblemente la 4, hasta tropezarse con ellos.