Hay proyectos musicales que se mantienen fieles a una fórmula, y otros que se reinventan continuamente. Tame Impala, una de las formaciones más relevantes e influyentes de este milenio, forman parte del segundo contingente. Proyecto casi unipersonal, el australiano Kevin Parker formó el grupo a finales de los años 2000. En aquellos inicios eran una banda de guitarras psicodélicas liderada por un joven adolescente sobrado de talento que grababa sus viajes sónicos en la habitación de casa.

Tame Impala son arquitectos de un sonido sofisticado, producido hasta el detalle, capaz de mezclar baile, introspección y glamur pop. Una evolución que ahora culmina con la publicación del álbum Deadbeat

Dos décadas después, Tame Impala son arquitectos de un sonido sofisticado, producido hasta el detalle, capaz de mezclar baile, introspección y glamour pop. Una evolución que ahora culmina con la publicación del álbum Deadbeat, disco que llegó a las tiendas el pasado 17 de octubre, con el que han roto cinco años de silencio.

Parece que solo vas hacia atrás, pero no paras de ir hacia adelante

Tame Impala se presentaron en sociedad en 2010 con Innerspeaker, un álbum de sonido expansivo que encontraba sus referentes en el rock psicodélico de los años sesenta del siglo pasado. Si no era un álbum perfecto, se quedaba muy cerca. Exquisitez y sublimación que alcanzaron dos años después con Lonerism (2012). ¿Uno de los mejores discos del milenio? Sin ninguna duda. En el segundo trabajo de los australianos, la melodía y los sintetizadores ganaban protagonismo, fórmula imbatible con la que modelaron clásicos instantáneos como Feels Like We’re Only Going Backward.

Exquisitez y sublimación que alcanzaron dos años después con Lonerism. ¿Uno de los mejores discos del milenio? Sin ningún tipo de duda

Currents (2015) fue la inevitable caída después de haber tocado la cima. Un disco poco acertado en el que apostaron por abandonar definitivamente el rock para ceder todo el protagonismo al pop y la electrónica. Es el peor disco en su currículum fonográfico y, aun así, el bueno de Kev fue capaz de componer temazos como The Less I Know the Better. La siguiente entrega, The Slow Rush (2020), recuperaba el talento y la genialidad creativa de los australianos. Nueva colección de temas que exploraba el paso del tiempo y la nostalgia. Parker jugaba con guitarras oníricas, orquestaciones y voces procesadas para convertir las sus obsesiones en paisajes sonoros donde querer refugiarte eternamente.

Un genio que no tiene miedo de crecer

Hacía cinco años que no sabíamos nada de Tame Impala. Un lustro que, en una era en la que todo es urgente e inmediato, puede parecer una eternidad. Y cuando su nombre empezaba a ser el recuerdo de aquel grupo genial que tiempo atrás nos había obsequiado con un par de discos extraordinarios, Kevin Parker ha resucitado el proyecto con Deadbeat, un disco que encuentra su faro inspiracional en la cultura bush doof y las grandes fiestas raves celebradas en parajes en medio de la nada. "Con este disco he pretendido convertir Tame Impala en una especie de rave primitiva del futuro”, ha declarado recientemente Parker.

Tame Impala no es un grupo rock psicodélico, ni de pop onírico, ni de electrónica evasiva, Tame Impala es el universo en el que querrías exiliarte

Musicalmente, Deadbeat apuesta por la pista de baile con capas y capas de sintetizador. Las letras giran en torno al desencanto, del “no he hecho las cosas bien” o la resignificación de una vida que debe continuar. El plan es claro: dejar de ser solo proyectos de investigación y emoción, y dejarse arrastrar por la fiesta rave. No es el mejor disco de los australianos, pero sí que vuelve a evidenciar un genio creativo, el de Parker, que no tiene miedo de crecer, aunque por el camino vaya dando algunos pasos en la dirección equivocada. Porque Tame Impala no es un grupo rock psicodélico, ni de pop onírico, ni de electrónica evasiva, Tame Impala es el universo en el que querrías exiliarte.